lunes, 23 de septiembre de 2013

Sueño, dos veces

Caían las cortinas en aquella noche nublada. No sé, en realidad, si era de noche, de día o una tarde. Porque sólo recuerdo las formas de su cuerpo deslizándose hacia mí con sutil vergüenza y elegante salvajismo. Temblaban un poco sus piernas y aunque estaba oscuro, con esas cortinas caídas, la imagen de sus pies desnudos y morenos aún está dibujada en mi mente, ahí, perenne. Complicando su propia comodidad, ella permitió que regase mi ser sobre su piel. Cuánta falta me había hecho, pensaba, mientras el frío del amanecer empezaba a sentirse en cada rincón de la habitación. Las sábanas ya no eran excusa para evitar la unión, porque las habíamos zafado una a una con nuestros movimientos descoordinados y placenteros. Acontecía, entonces, un momento sublime, casi onírico, que incrementaba mis ganas de no separarme de su torso por el resto de mi vida. Al mirar hacia sus ojos lo supe bien, este era un sueño, un sueño augusto, plácido, interminablemente cáustico y surreal. Aún así, sentía cada cabello suyo en mi rostro, y la forma cómo me miraba, con esa mezcla de dulzura y tesón, entregándose al placer que, de algún modo, ella expresaba con los restos de su voz, escurridos por su garganta mojada. Impulsaba yo a un momento todavía más implacable, pues cada vez medía menos mi fuerza y la acercaba con indicios de furia hacia mí, cuando ya no se podía estar más cerca de lo que ya estábamos. Con natural temor me dijo que me quería, yo también, pero el momento ya no daba para un “te quiero” bello, aunque simple. Un “te amo” no vendría nada mal, le dije, ella se asustó aún más, porque dicen las inexistentes, y no escritas, leyes de la vida que nadie puede amar en tan poco tiempo, y que el “te amo” menos válido es el que se dice en la cama. Cuánta mentira junta, joder… Ahora sé por qué nadie se atrevió a escribir esas leyes. Nadie podría ser tan valiente o idiota para hacerlo, sabiendo, presumiblemente por experiencias propias, que nada de lo dicho se cumple en las veces cotidianas. Uno dice “te amo” porque lo siente en ese momento, porque el amor es cuestión de sentir, no tanto de evaluar, medir, conjeturar, sino de sentir, espetar y hacer feliz a alguien. Ser feliz, por consecuencia de hacer feliz a otra persona es, precisamente, la idea que siempre tuve del amor. Se lo dije, y no me creyó, lo supe por sus ojos, porque ellos no mienten. Se asustó y las cortinas caídas ya no le daban luz. Sabía lo que faltaba, entonces pensé que quizás el amor no existía para ella, de modo que lo mejor era que sigamos haciéndolo hasta que tenga suficiente amor como para creer que sí existía. Ahora que veo a esa mujer tan exquisita y le cuento de este magnífico sueño mientras me observa con cierta dosis de admiración, me doy cuenta de lo afortunado que soy, pues tengo sueños hermosos al dormir, y también los tengo mientras estoy despierto.

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