Compone las suaves melodías de sus deseos en su onírica dimensión, de pronto cae en remotas distancias repletas de infamia. Nunca dispuso de la necesidad de estrellarse entre sus mundos, pero el día tenía que llegar y ella lo presentía; aún bajo su narcótico efecto disuadido en seda y algodón, sumergida en la comodidad de sus perfumadas almohadas color granate, aún así lo venía llegar. Descubrió así, con el temor, su fascinación por brincar de planeta en planeta, rozando con sus dedos cada constelación; recordando, con sonrisas bañadas en lágrimas, cada una de sus inenarrables aventuras. El enlace se rompía y la sangre brotaba entre las nubes de un otoño cualquiera. Cuando las amígdalas se le irritaron compuso su último preludio, una canción que daba triste inicio a su hastío, mientras aquel monstruo disipaba, con infinita crueldad, la bella nebulosa que con tanto esfuerzo habían formado sus más profundos sueños. Y así se concretaba el abyecto robo de una voluntad que sólo aparecía cuando ella cerraba sus ojos, en esos difusos y coloridos paisajes errantes, en tiempos aquellos… cuando esperaba a que el sol no volviera a aparecer jamás.
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