viernes, 11 de julio de 2014

Engrudos

Somos como dos pedazos de una vajilla rota, salpicados por la inmensidad de una habitación del mismo color que la loza. Entre esa dificultad casi antinatural es, de hecho, imposible que alguien o algo nos una. Si acaso el viento devenido de los alisos, y que entra silencioso por la ventana, hace cómplice a las fuerzas gravitatorias y juega con nuestras posiciones, tan siquiera permitiendo una visión lejana y borrosa de nuestros cuerpos, o la emisión de sonidos clementes que puedan dibujarnos algún mapa ilusorio en la profundidad de nuestras mentes, burlando nuestras cegueras. Eres, en definitiva, algo que nunca podré tener cerca. Y yo algo que jamás conocerás; para tu dicha, claro está. La diferencia radica, tal vez, en que yo sí te necesito. Soy el trozo no reutilizable de aquella vajilla rota. Porque hay trozos que, aún separados de sus cuerpos de origen, pueden servir como reposición para otros nuevos cuerpos. Yo no sirvo sin aquello de lo que me han separado –siendo en realidad que nunca nos juntaron–, soy un pedazo deforme, icosaédrico, asimétrico y fútil, completamente incapaz de pegar en algún lado; en cambio tú sí; lo que es aún mejor –para ti–, muchos cuerpos se han de dedicar toda la vida a buscarte. Eres independiente y flotas aún sin alas y te deslizas aún sin necesidad de humedad. Reculas y floreces cuando tus deseos lo demandan. Te recuestas sobre el manto exquisito de la serenidad, y esperas tranquila a que esos cuerpos se te acerquen haciendo uso de sus voluntades. Tú no te gastas. Yo no tengo nada más que hacer en este plano tan insulso. Condenado a la más zafia insignificancia, sólo me queda imaginar momentos perfectos que en ningún tiempo se plasmarán en la carne. Pensar que algún día el viento devenido de los alisos hará cómplice a las fuerzas gravitatorias, y que nos unirán en forzada danza. Y que al fin y al cabo alguien o algo se dignará a pegarnos para siempre, condenándonos a la furia de la injusticia: yo contigo, tú conmigo, ¡ves la injusticia! El cuerpo que te tiene –y es que lo más probable es que, si existes, alguien ya fue por ti– y que intentó pegarte a él con sus más fuertes engrudos podría quedarse tan solo como lo estoy yo ahora. Tú, tan útil y flotante, estarías a mi lado. No me culpes. El amor, como este texto, es casi siempre así de retorcido.

viernes, 4 de julio de 2014

Yanae Rupay

A propósito de planificaciones. Se acercan fiestas patrias y todavía ronda por mi mente hacer un pequeño viaje a la sierra, algo que suelo hacer cada vez que me lo permite la rutina capitalina. Mi afición al ande, sin embargo, nunca me ha llevado a escribir algo pretenciosamente costumbrista o indigenista -temo, y de hecho sé que es así, no estar a la altura de lo esperado ni siquiera para alguien de mi incipiente nivel literario. Si se habla de indigenismo o costumbrismo muchísimas figuras peruanas vendrán a nuestras mentes; pediré de favor que los dejen de lado un poco antes de leer lo que sigue. Tomen esto como una solicitud de afecto, no necesariamente de reconocimiento gratuito-, hasta hoy, que inspirado por esos pequeños chispazos de lo cotidiano me reservé un breve espacio en el día y escribí esta corta lírica que bien me gustaría acompañar algún día con una zampoña, una quena o un charango; si acaso conozco a alguien que sepa tocar estos maravillosos instrumentos, o con suerte me enseñe a hacerlo.

Yanae Rupay

Bajas rauda como relámpago en plena tormenta
Yanae Rupay,  musa intacta y misteriosa
Pura vida, amable diosa, vienes y te sientas
A mirarme tiernamente con esos ojos imponentes

Yanae Rupay,  si te quedaras más tiempo
Las cenizas de los muertos ya resucitarían
Una a una yo mismo las armaría y formaría
Regalarte un mundo nuevo y no te tengas que ir

¡Ay, perfecta mujer!, ¡bajas de noche y me miras!
No regales más miradas, te lo pido de favor
La locura me sonríe mostrándome tus dientes
En mis ratos impacientes te pienso sin pudor

Cómo quisiera, mi amada, en mi monte tenerte
Abrazarte fuerte mientras llegan las estrellas
Contarlas con dedicación en la sombra del zarzal
Y besarte en la frente mientras te ofrezco mi vida

Saltas de mis sueños, Yanae Rupay, y llegas aquí
Como ave sin alas de piernas fuertes y hermosas
La cintura lisa donde mi alma se posa
En ti duermo, sin ti despierto, y te vuelves a ir.