No tengo mucho que decirte, árbol de alambre, otrora belleza que adornaba mis tardes más lúgubres. Ahora luces jadeante y desfallecido, con tus ramas derramando óxido sobre la mesa, con tus hojas de crepé casi extintas y tus vientos olorosos, rezagándote de a pocos ante otros adornos que toman el brillo que ya abandonaste. No tengo mucho que decirte, árbol de alambre, ni siquiera he de agradecerte por el tiempo compartido, porque cuando quiero abrazarte me hincas los brazos y cuando quiero besarte me hincas el rostro, logrando que mi sangre brote esculpiendo con esfuerzo mi cuerpo contrahecho. Por eso, no tengo mucho que decirte, árbol de alambre; tú que me viste crecer entre neblinas y soles, tú que incitaste a mi imaginación, tú que le gustaste a aquella chica que me gustaba, y que venía a casa por ti y no por mí; tú que frenaste todo tipo de encuentros furiosos, tú que me diste oportunidades que desaproveché, y que me miras con esos ojos dimensionados en el aire, ojos que dicen adiós, mientras una caja de cartón con olor gastado espera por ti, y mientras un camión extraño espera por la caja de cartón… en las afueras de nuestro hogar.
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