miércoles, 15 de julio de 2009

La orquesta

Me llaman Julito, en mi casa; pero en la orquesta soy simplemente “Cojulio” o “Mano de palo”; todos piensan que soy tonto, limitado; pero no hay nada más alejado de la realidad. Hay que ser inteligente para tocar las congas, no es nada fácil; merecen especial dedicación y si hay algún instrumento que le pone el toque sensual a la salsa pues esas deben ser las congas. Cuando comencé a tocar a penas llegaba a los dieciocho años y recuerdo esa primera vez como si fuera ayer, o hace un par de horas. Pancho me puso las congas al frente y me dijo “veamos qué tal eres con la tumba, imagínate que son dos grandes nalgas de una enorme y cuerpona vedette, imagínate a la Brambilla o si quieres a la Zulú; si te gustan las negras, eso ya lo ves tú”. Le gusta crear rimas a ese borracho, pero debo reconocer que lo que me dijo me dio valor y comencé a tocar como los dioses. Tan bien toqué esa tarde que Pancho me puso como sobrenombre “Barretito”… con el tiempo el mismo Pancho se encargó de ponerme “Cojulio”, y cuando llegó Fabianito me rebautizó como “Mano de palo”. Me gusta más el último apodo, aunque de verdad preferiría que me llamen Julio, por algo mis viejos, que en paz descansen, no pensaron tanto en ponerme un nombre. Fabianito me cae bien y canta como Frankie Ruíz, es lo mejor que le pudo pasar a la orquesta, aunque Pancho le pone pruebas muy duras de vez en cuando. Debe ser porque a Pancho la vida le pone pruebas muy duras de vez en cuando, también.
------------------

Estoy harto. Estoy harto de todo. Veinte años de mi vida tocando en esta odiosa orquesta y ¿qué he recibido a cambio? Sólo decepciones, sólo chibolos que se creen ricos, sólo viajes interprovinciales en micros viejos. Micros que terminan apestando a sudor. Me pregunto si Willy Colón ha pasado por todo esto, a veces pienso que él y yo sólo tenemos en común el romance con el trombón. Es que tocar el trombón me ha hecho el hombre fuerte que soy, cachetón, poderoso. Las mujeres me aman, por eso sigo soltero a los 43 años, porque todas me aman y no puedo casarme con todas. Willy la tuvo más fácil, en Nueva York, en Puerto Rico, existen mecenas que de verdad aprecian el arte, que de verdad hubiesen apreciado el sabroso viento que emana de mi trombón. Detesto a Pancho, se las da de sabelotodo, se olvida de que lo conozco desde antes que fuera tan “famoso”. El muy hijo de puta cree que todo lo resuelve con plata, siempre que lo amenazo con largarme me dice que hay trombonceros más jóvenes y más baratos. Ya estoy harto, creo que tomaré en cuenta la oferta que me hizo “La Progresiva”, el problema es que me hizo esa oferta hace tres años, no acepté porque nuestra orquesta andaba bien y aún no había llegado el engreído de Fabián. Las orquestas salseras se comenzaron a ir al diablo cuando los vocalistas empezaron a tomar un protagonismo que no merecen. ¿Qué es un vocalista?, pues es lo mismo que un tromboncero, o que un tumbador, o timbalero… la diferencia es que su instrumento es la voz, entonces no sé porqué carajo creen que son lo mejor de la agrupación. Será que Fabián es un chibolo engreído. De repente me estoy haciendo viejo. Pero lo cierto es que imita descaradamente a Frankie Ruíz y los críticos ya se lo han dicho, él dice que no, que no lo imita, que simplemente podría convertirse en su sucesor y nada más. Ayer me compré el disco de Willy que me faltaba, he sacado algunas melodías suyas. Tal vez yo también estoy imitando a Willy después de todo.
----------------

Desde que llegó Fabián he notado que la orquesta se ha dividido. Sí, es guapo, y canta como los dioses, no lo puedo negar, aunque ahora ya nada de eso importa porque lo más probable es que a fin de año se lance como solista. Seguro que nunca recordará a Susana, su corista, la que le hace esos bajos que tantos problemas le causan. Qué se va a acordar de mí si con las justas me saluda, mientras que Javo el tromboncero siempre me ha echado el ojo. Ahora que lo pienso, Javo está cada vez más gordo, o será que, como todos los trompetistas, tiene los cachetes demasiado inflados. No, está gordo, así nunca le haré caso. Desde que llegué a la orquesta me ha seguido ese renegón, hace diez años que está tras mis pasos. A veces llego a mi casa cansada de la orquesta, del trabajo, de él, y de pronto suena el teléfono y escucho su ronca y borrachosa voz. Pero estoy segura de que no es el único. Debe de haber más, siendo la única mujer en la orquesta mi derrier debe ser el más visto. Ya me imagino las caras de bestia que ponen todos cuando me pongo mis minifaldas para las presentaciones en vivo. Pero pueden caer todos, menos Fabián; a veces pienso que es marica. No entiendo a los hombres. En cuanto a Pancho, es el único que ha sido capaz de intentar cosas concretas conmigo, todavía recuerdo esa noche en el hotel, en el festival del Pisco en Ica. Se metió a mi cuarto borracho, me llegó a ver desnuda hasta que me tapé y me dijo que quería casarse conmigo. Cuando está sobrio me dice que por mí sería capaz de cambiar, de dejar todo, me dedica canciones “Sólo por ti” de Frankie Ruíz, o algunas de Paquito Guzmán. Me dice que es capaz de dejar a su mujer. Eso sí no lo creo, está enamorado, el hombre enamorado por bruto que sea no cambia de hueco. Eso lo tengo muy claro. Lo que también tengo claro es que este cuerpo no será de ninguno de estos borrachos. Sigo esperando al hombre que de verdad me enamore, aunque sé que me acerco a los treinta y se me está pasando el tren. En ese tren se va mi juventud.
---------------------

Aún no sé qué hacer con toda la plata que voy a ganar. El mundo me estaba esperando y he llegado, por fin llegué. Murió Héctor, murió Celia, murió Compay, murió Frankie y de pronto nací yo, Fabián Rivera del Carpio, hasta nombre de artista tengo. Llegué a esta orquesta hace dos años y el tiempo ha pasado rápido, en ese corto periodo he llenado de plata al cholo gordo de Pancho y ahora me toca a mí. “Mano’e palo” no para de halagarme, y es comprensible, aunque es medio tonto es el que mejor me cae, o debo decir, el que menos mal me cae; tal vez el único que sabe valorar el talento sobre todo lo demás. Y es que la crítica no se equivoca, estoy para grandes cosas, mi bigote, mis ojos verdes, mi piel canela, todo eso encanta, pero lo más importante es cómo canto. Mi voz es capaz de hacer vibrar hasta al viejo más vegetal, hasta al árbol más antiguo. Hasta a la tatarabuela de Javo, que debe estar más enterrada que un miembro viril en el trasero de Susana. Otro como yo no hay. Pero lo peor que me pudo pasar es nacer en este país de mierda. Este país alienado, donde a la gente le gusta más el “pogo” que los concursos de baile. Les gusta más los Beattles que El Gran Combo, gustan más de Bon Jovi que de Ismael Miranda, aman el rock y dicen “oh! Yeah”, pero no son capaces de amar la música latina. Yo pude nacer en Cuba, o en Borinquen. En cualquiera de esos lugares me hubiese sentido mejor. Ahora, con 22 años, siento que ya comienzo a extender las alas. Y viajaré, viajaré mucho, me largaré de aquí apenas pueda y de la orquesta cuanto antes. Dicen que soy soberbio; en el Perú el que sabe que sabe es soberbio, en otros países eso se llama autoestima, en el Perú eso es ser “creído” por eso estamos cagados, porque cuando llega un argentino mirando las cosas desde arriba, el peruano lo mira desde abajo, yo no soy así, soy diferente, yo sé lo que soy y me importa un comino que los demás piensen que soy soberbio porque no firmo un autógrafo o porque digo que seré el sucesor de Frankie. Ayer el concha de su madre de Javo me miró mal, no soporto a ese monstruo, siento su envidia nacer desde lo más profundo de sus entrañas. No soporto a Pancho que cree que me descubrió, y en las entrevistas siempre dice lo mismo: “yo lo descubrí”... Que se vaya a la mierda. Yo me descubrí solo y no cuento los días para salir de este cochino grupo de borrachos y lanzarme por todo lo alto con mi propia orquesta: “Fabián Rivera y su orquesta”, qué bien suena. Y sonará mejor cuando deje de tener una corista tan horrible y chillona como Susana. Cree que todos se mueren por ella, cree que siempre le miro el culo, cree que no me doy cuenta de que me desea a morir, ya quisiera ella un poco de esto, de repente le haría bien para que se quede tranquila. Pero no me voy a arriesgar a que tremenda fea se enamore de mí. ¿Qué dirían mis fans? Sería perjudicial. Ya falta poco, muy poco. Y todo eso se acabará, no volveré a verles las caras y ellos tendrán que alzar la cara cada vez que quieran verme.
----------------
Esta noche habrá show en el festival del Callao y parece que nadie se acuerda. Nadie me mira cuando paso, pareciera que soy un fantasma. Lo cierto es que nadie puede querer a esta orquesta como yo. Esta orquesta me lo ha dado todo, me ha dado vida. Nadie menciona que esta noche debemos parecer más unidos que nunca, aunque no lo seamos. Nadie le avisa a Javo que debe sonreír un poco más. Y nadie el dice a “Barretito” que deje de coquearse tanto antes de salir al escenario. Nadie le ha dicho a Pancho que debe dejar de hacer los movimientos de Jhonny Pacheco, porque en él se veían bien, pero en un cholo no. Nadie le ha avisado a Susana que a pesar de sus demoras en el baño sigue siendo la misma fea y carismática de siempre, sus fans la aman porque es fea, porque es peruana, porque es chola y porque siempre sonríe mostrando sus horrorosos frenillos. A pesar de eso me gusta su voz, pudo llegar lejos la india. Y quién le ha dicho a “Mister Frankie Ruíz” que debe dejar de mandar tantos besos. Si hubiese sabido que era un galán de novela barata entonces lo hubiese mandado a Venezuela hace 10 años para que se junte con otros “galanes” como los hermanos Primera. Todavía recuerdo cuando lo encontré hecho un piraña vendiendo rodajas de piña en la avenida Iquitos. Nunca pensé que podría desarrollar un ego tan grande a pesar de medir 1.60 (hasta en eso tiene todas las de Frankie), pero lo cierto es que Fabián tiene talento, la puta que lo parió debió tener tremendas cuerdas vocales que se estiraban cuando gemía. Pero ninguno de ellos me mira, ¿por qué será?, ¿desconocen acaso quién fue el gestor de todo esto que se llama “Orquesta Positiva del Perú”? a veces pienso que sí, que no saben nada, ni dónde están parados. Hasta algunos piensan que Pancho es el dueño. Cojudos. Si supieran que mis sesenta y dos años en el negocio no son en vano y que mis largos dedos no sólo implican cincuenta abriles de piano sino también trabajo, esfuerzo y dedicación para que todo esto salga adelante. Esa es la desventaja del perfil bajo. Pero de todas maneras prefiero seguir hablando con mi piano, que, finalmente, será el único amigo con el que realmente compartiré todo. Y el único que me hace caso cuando lo toco y suelta un “pin”, o un “pomm”, que me vuelven loco. Seguiré tocando hasta el show, y tocaré en el show también, aunque a veces quiero que el show de la noche sea el último.
------------------------
La recaudación en lo que va del año se está yendo en picada. No andamos bien, eso es seguro. Obviamente sacamos más plata concediendo entrevistas, para eso está Fabián, para eso lo acepté en la orquesta, para eso lo descubrí, aunque él lo niegue. Poco me importa haber estudiado en la universidad tantos años, mi pasión es la música, la salsa, siempre soñé con restituir una especie de Fania All Stars en el Perú. Pero eso sería imposible, así como los osos panda, ese nivel de músicos está al borde de la extinción. Con la muerte de Ray Barreto se terminó la gran legión de percusionistas, con el retiro de Blades se acabaron los compositores. La aparición del reaggetón y la traición de los “salseros” newyorkinos al crear la “salsatón” están terminando de sepultar lo que algún día fue la rumba, la conga, la salsa, el son. Todo se está yendo al diablo. Por eso le pongo tanto huevo a mi trabajo, por eso decidí dejar mi carrera universitaria, para dedicarme a esto. Me arriesgué mucho, pasé por cosas horribles, fuertes, detestables. Cualquier otro ser humano no hubiese resistido toda el hambre que pasé. No hubiese soportado las humillaciones, la suciedad, la mierda que llevaba por dentro y que la descargo cada vez que tocamos “La Cura”, o “Un verano en Nueva York”. Esos tiempos sí que eran bravos. Sin embargo tengo una especial atracción por la salsa sensual. Cada vez que Fabián se inspira cual poeta enamorado para cantar alguna canción romántica no puedo evitar mirar a Susana. La deseo desde hace años, sé que no es bonita, pero no puedo evitar soñar con tenerla en mi lecho una noche de luna llena, para convertirme en un lobo y hacerla tan mía que jamás querrá ser de nadie más. Se me hace la difícil la serrana, es obvio, la única mujer de la orquesta, la única vagina entre tantos penes erectos. Esta noche hay show, y ahora tendremos que fingir que todo anda bien. Una noche de salsa para “La Positiva” es prácticamente un teatro, un teatro de nunca acabar, con personajes sacados del más recóndito y repugnante cuento urbano. Ahora que lo pienso bien, amo la salsa, pero ya quiero que termine todo esto. Hay una llamada en mi celular, es la berrinchosa de mi mujer.
--------------------------
¡Hoy toca “La Positiva” en La Perla! o por lo menos así me lo contó mi vieja. Sigo a la orquesta desde hace diez largos años, adoro a todos, son lo máximo, son tan unidos. Soy de las que piensan que la música sólo suena bien si es que proviene de una agrupación cuajada y donde haya buena onda. “La Positiva” tiene eso y mucho más, por algo se lleva de encuentro a otras orquestuchas de cuarta que andan por ahí tocando salsatón. Admiro a todos, en especial a Fabián, es mi ídolo, lo amo, siento que lo amo, y ya no puedo ocultar más el sentimiento. Mi vieja casi lloró cuando lo vio por primera vez, fue en la TV hace poco más de un año, “Frankie!, Frankie!, está vivo! Cindy ven a ver!” gritaba descontroladamente, yo me desesperé, no he escuchado mucho a Frankie, pero las pocas canciones que escuché me encantaron. De pronto escucho a Fabián y comprendo más que nunca a mi querida vieja. Es un amor de hombre, además de guapo con una gran voz. A mi tía Patty le gusta el tromboncero, “sus cachetes son adorables” suele decir. A Sandra, mi amiga de la universidad, le encanta el tumbador, cree que en su estilo serio es muy atractivo, y así, sucesivamente, todos tienen fans, todos son un gran equipo musical, eso es, equipo musical. En un periódico chicha leí que había problemas al interior de la agrupación, yo no lo creo, son todos tan buenos, Fabián es tan sencillo y el dueño de la orquesta es un mate de la risa, siempre moviéndose, siempre haciendo ademanes graciosos, debe ser el hombre más afortunado del mundo, encima de tener una orquesta, él la dirige. Estoy pensando en hacer un club de fans, hasta ahora a nadie se le ha ocurrido, no sé por qué. Será porque somos alienados, porque hay clubes de fans hasta para los grupos extranjeros más monses. Pero yo crearé un club de fans para “La Positiva”, ya verán todos esos alienados. Se va a llenar el club, además la orquesta es tan sólida que va a seguir cumpliendo años. Seguro, por su calor humano, durará toda la vida.

lunes, 13 de julio de 2009

El hombre que nunca tuvo sexo

Cuando José Luis Pajuelo Pajares se vio en aquella cama de hotel, completamente desnudo, paralizado hasta los huesos y erecto hasta el techo, se dio cuenta de que no sabía qué hacer. Se puso a pensar en las miles de veces que visitó aquel puesto en Polvos Azules, en busca de una buena porno para comenzar sus largas jornadas masturbatorias. Se puso a pensar en las tantas madrugadas en las que no soñó por seguir manchando sus manos, calzoncillo, pantalón y sábanas. Se puso a pensar en tantas reuniones sociales que despreció sólo por seguir alucinándose a su culona compañera de clase, la que dicho sea de paso movió incompasivamente su enorme culo en esas reuniones a las que José faltó.

Finalmente, antes de que aquella puta de invierno se sentara en su alterado miembro viril, José empezó a remembrar el porqué de las cosas desde el comienzo. El porqué de su actual comportamiento, el porqué es así, como es, tan excitable, tan arrecho, tan fácil. El porqué de que, después 34 años de larga espera, decidió contratar a una curtida y deslucida prostituta de la Plaza Manco Cápac. Recordó y recordó, y en cuestión de segundos armó un enorme y complicado rompecabezas.

Desde muy chico José empezó a explorar las virtudes del auto-placer. Cuando tenía diez años gustaba de enseñar su pequeño pene a sus compañeras de clase, quienes se mofaban sin piedad; tal muestra de supuesta virilidad hacía que José se sintiera más hombre que el resto, y se ganó cierto respeto entre sus compañeros. Las cosas no cambiaron nada y llegó la secundaria. Mientras algunos ya pensaban en condones y píldoras anticonceptivas, José seguía mostrando su pene, enamorado de sus propias perversiones, pero cada vez más rechazado por su troglodita prerrogativa. Tenía 13 años cuando Úrsula de la Quintana no dudó en decirle algo que le marcaría la vida. Pero antes José recordó quién era aquella bella niña de los ojos saltones y de los labios mamones. Llegó a su escuela cuando cursaban primero de secundaria y todos los machos cabríos se morían por sus movimientos pélvicos. Todo era sexo, todo era eso, y José no estaba exento de tal comportamiento animal. No dudó en enseñarle el pene la primera vez que fue a clase. En esa ocasión Úrsula viró su rostro hacia otro lado, mientras medio salón se carcajeaba, algunos ya por compromiso. Varias mujeres lo habían hecho antes, habían volteado la cara al ver a Pajuelo mostrar sus partes íntimas, pero a José jamás le había dolido tanto ese tipo de actitud. Y vaya que le dolió: se acercó a ella con sigilosa maña, le agarró la mano derecha y se la aferró al pene, Úrsula lo escupió, dejándole la cara absolutamente pegajosa y hasta con una tonalidad verdosa producto de la gripe que experimentaba. El salón se echó a reír, y José fue llevado por milésima vez a la dirección.

Ya en aquel oscuro rincón del colegio las ventanas abiertas no amilanaban su sudor. Había sido advertido una y otra vez sobre esos comportamientos. Pero José tenía un padre relativamente adinerado en el distrito y era muy difícil que lo echaran, mas no estaba exonerado de llamadas de atención y suspensiones fortuitas. Sin embargo aquella vez era diferente, su propio padre, al enterarse de su nuevo acto de impudicia, sugirió que sea expulsado, acotando que no gastaría un centavo en ponerlo en un nuevo colegio, lo que implicaría perder un año escolar y con él diversas experiencias de las que José no quería ser marginado. El director ya firmaba la carta de expulsión, cuando súbitamente alguien tocó la puerta de vidrio con desesperación. Era ella, era Úrsula. Había llegado corriendo desde su salón, motivada por un intento de salvación que José no olvidaría jamás – “yo fui quien le tocó el pene, señor director, si va a expulsar a alguien le ruego me expulse a mí” – tal acto era incomprendido por todos los presentes, profesores, auxiliares, el director y el mismo José; todos atónitos, petrificados. José se volvió a salvar de una expulsión segura y Úrsula pagaría el precio de su heroísmo al ser cruelmente bautizada como Úrsula “de la Pingana”.

Luego de varios meses de incertidumbre, José se acercó a Úrsula para agradecerle, lo había pensado muchas veces mientras estaba solo, y finalmente se había decidido a dar ese importante paso, para fomentar una buena relación con su redentora. Las gracias habían llegado tarde, Úrsula ya odiaba a José. Entonces todo volvió a irse a la mierda. José volvió a ser el de siempre, mostrando su pene a diestra y siniestra, quizás con más cuidado para no ser descubierto pero con la misma mirada impúdica e insaciable. Ya estaban en cuarto de secundaria. Entonces Úrsula, ya más desarrollada y recorrida, habló y habló para siempre dentro de la mente de José, diciéndole una frase simple pero enterradora, completamente lapidaria, absolutamente acertada, cual rayo divino del mismo Zeus: “tu pene ya aburre”.

Las risas y mofas se contaban en cantidades de mayorista. Prácticamente todo el colegio, alumnos de otros grados, y hasta profesores, se acercaron a José sólo para tener el placer de burlarse de aquel odioso muchacho que les había hecho la vida tan difícil durante tantos años. Nadie se imaginaba que la vida de José cambiaría para siempre. Desde ese día asistía a las clases, no hablaba con nadie, abría sus libros, apuntaba lo que quería apuntar, y luego se marchaba a casa sin mencionar palabra alguna. Al llegar a su hogar encontraba la soledad que más lo atormentaba pero de la que termino enamorándose. Fue entonces cuando tomó un periódico chicha, buscó la página central, avizoró a una voluptuosa vedette y empezó a masturbarse sin piedad, como si odiara aquel pene que con tanto ahínco había mostrado en sus años escolares. Cuando experimentó su primer orgasmo la sensación fue cataclísmica pero acogedora; José había descubierto que el placer no sólo se podía encontrar en una peluda y apestosa vagina, sino también en la calidez de sus manos. Sin embargo, a pesar de ese importante hallazgo, José se dio cuenta de que no podía dejar de pensar en Úrsula, las dudas circundaban en su mente: ¿por qué lo ayudó?, ¿por qué lo salvó?, ¿por qué no lo cagó?; luego pensaba en su rostro lívido, en su voz ronquita, en su cadencia, en su cuerpo, y en su magnética forma de ser, lo que la había llenado de amigos y amigas a pesar de su inenarrable apelativo de “la Pingana”. La respuesta era simple, José se había enamorado.

Guardó celosamente ese amor durante un año más, hasta que, finalmente, llegaría aquel viaje de promoción que tantos esperaban para dar paso a su hombría sexual. A pesar de la voceada relación entre Úrsula y un compañero de clase, José preparó fríamente un plan que lo haría tener un buen lapso de 15 minutos con ella, en el pasillo del hotel cusqueño. Pajuelo tenía cerebro, vaya que sí. Le pagó 50 soles a otra compañera para que distraiga al novio, y justo cuando él lo planeaba Úrsula había salido bien bañada de su habitación para dirigirse al lobby, donde todos los demás aguardaban. José la interceptó, mientras en otro pasillo, la pagada compañera y el novio sostenían un intercambio de fluidos. Él no esperó mucho: “¿por qué me salvaste ese día?” – “¿qué haces aquí?” – “dime, ¿por qué me salvaste?, ¿te gustaba?” – “oye me están esperando abajo, no me jodas ahora, ¿para eso viniste?, pensé que viajar te haría bien, baja y tírate una chola, pero a mí no me jodas” – “a mí siempre me gustaste, te amo” – un silencio sepulcral devino de aquel pasillo; entonces se escuchó un fuerte gemido, el instinto de Úrsula entró en acción, apartó a José del camino, corriendo a 50 kilómetros por hora, llegó a un pasillo aledaño, era su amado novio, era la pagada compañera, se habían demorado más de lo previsto. Lo siguiente fue lo usual, Úrsula no quiso salir de su cuarto hasta que regresaran a Lima. Toda la promoción se enteró del suceso, pero fieles al egoísmo adolescente el alboroto duró poco y todos salieron a una discoteca. José volvió a quedarse a la expectativa. A las 2 de la mañana tocó su puerta, y escuchó un fuerte “¡lárgate!”, ella sabía que era él. José no respondía, se quedó sentado en la puerta como un perro aguardando a su compañera en celo. La paciencia dio sus frutos y Úrsula abrió la puerta; entonces José vio sus sueños haciéndose realidad pero siempre en su utópica cabeza, se imaginó en fracción de segundos haciéndole el amor a su musa, hasta que el sol salga, hasta que los demás vengan y los encuentren desnudos en la cama; las ilusiones son fáciles de desvanecerse y Úrsula lo hizo rápido: lo abrazó casi media hora, mientras mojaba sus hombros con sus lágrimas, e indirectamente su calzoncillo amarillo, entonces otras palabras inolvidables provinieron de sus sensuales labios, José no las olvidaría jamás: “Yo sé que tú eres diferente, pero no lo has demostrado, te salvé porque quería que todos sepan que hasta alguien como tú puede cambiar su forma de comportarse, pero ni siquiera lo agradeciste, sólo seguiste con tus huevadas, a mí me cagaron, pero siempre supe que eras diferente, en realidad eres diferente, sólo tienes que demostrarlo; enamórate de verdad, pero empieza por ti, limpia los cayos de tus manos y verás cómo cambia tu vida; hoy la mía cambió, José, pero de aquí a unos años veremos para qué lado, ahora márchate a tu cuarto, con tu silencio bastará para saber que me entendiste, vete, vete ya”; entonces se le cayó el cigarro de la boca y aterrizó justo en su entrepierna; las llamas perforaron rápidamente su blue jean y quemaron gran parte de sus células dejándole una fea herida en la ingle. José se sentía peor, pero atinó a quedarse callado mientras Úrsula lo seguía largando. Finalmente se fue.

Al año siguiente Pajuelo se enteró de que Úrsula se había mudado lejos. Su padre fue despedido de la empresa donde laboraba y tuvieron que pasar todas sus cosas de clase media a un humilde pueblo joven en el cono norte. Aunque trató de ubicarla levemente, no pudo y siguió su vida. Desde aquel día en Cusco José se prometió a sí mismo masturbarse hasta que encuentre a una mujer como Úrsula. Llegó la universidad y con ella millones de oportunidades para acontecer su primera vez, pero siempre se negaba asistir a reuniones donde sabía que más de una fácil lo estaría aguardando en la cama por un par de tragos. Sus manos se volvieron duras y temblorosas, así acabó la universidad, casi sufriendo de una suerte de mal de Parkinson, provocado por su exceso de paja. Se había vuelto un coleccionista de películas porno, tenía en su arsenal casi 300 películas anglosajonas, 150 brasileñas; 50 europeas, 30 asiáticas, 20 africanas y unas 10 de peruanas calentonas que se había bajado vía Internet. Además ostentaba una portentosa muñeca inflable de 300 dólares que había adquirido por e-bay. José ya había conseguido estabilidad en su trabajo, ganaba relativamente bien, y sus familiares y amigos, extrañados por no verlo casi nunca con ninguna chica – salvo sus esporádicas amigas consejeras -, le preguntaban siempre de manera odiosa sobre el futuro de su vida sentimental. José siempre se debatía entre mandarlos a la concha de su madre o decirles que “pronto habrán sorpresas”; casi siempre ganaba lo segundo, pero la sucesión de Úrsula simplemente no aparecía. Entonces decidió volver a buscar a la misma Úrsula de la Quintana, aquella niña que lo salvó de una expulsión segura, aquella niña que lo cagó con una sola frase, y que finalmente acabó enamorándolo con una brutal naturalidad. La búsqueda fue en vano, lo intentó por todos los medios, Hi-5, Facebook, pero no había rastro suyo. José sabía que sólo podía hacer una cosa, seguir esperando y seguir masturbándose.

De pronto algo volvió a cambiar el rumbo de sus rieles, nada menos que una visita a una feria del libro. Había visto a un grupo de jóvenes, casi adolescentes, amontonados y almidonados alrededor de un tomo que José nunca antes había divisado. Era un libro llamado “Diario de una puta”; no dudó en comprárselo, lo leyó, lo releyó, lo analizó y lo plasmó en su desdichada realidad. En el libro se narraban las experiencias de una prostituta londinense, quien confesaba haber desvirgado a un maduro empresario. La experiencia fue hermosamente narrada, tan hermosamente que José se sintió aquel empresario, y una noche, sin pensarlo dos veces, prendió su Nissan Sentra y salió en busca de un buen burdel donde quizás podría encontrar algo interesante. Lo encontró, era poco lujoso pero higiénico. Las mujeres le resultaron atractivas, cómo no ser así si tenía más de un tercio de siglo esperando su primera eyaculación en sedes femeninas. Emmy se acercó a él y le propuso una buena noche en un hotel cercano. Ella era alta y bien torneada, cabello negro azabache y piel canela, una combinación perfecta que daba lugar a una impresionante sensualidad. En primera instancia José no dudo en asentar la cabeza, pero fue cuando Emmy se sentó a su lado y miró sus ojos cuando supo que no era lo que él estaba buscando; al mirar a su alrededor se dio cuenta de que no había realmente nada parecido a su mítica Úrsula, sí, finalmente la seguía buscando después de todo.

Salió del night club, subió a su auto y emprendió un camino sin rumbo aparente. Su desolación lo iba llevando poco a poco a los suburbios de Lima, y en La Victoria, empezó a rondar casi automáticamente la plaza Manco Cápac. Detuvo su auto en una esquina y se le acercaron 8 prostitutas ofreciéndole todo tipo de servicios y precios. Una de ellas no se había acercado, miraba con extrañeza el auto y a su dueño, tenía el pelo pintado, y mechones azules que tapaban su rostro, dándole cierto toque de misterio. Vestía un corsé al estilo medieval, pero sin vestido que lo cubriera, tacos 9, y un enorme collar de perlas que parecían verdaderas; José la señaló, ella lo miró, se acercó, y subió a su auto. Al llegar al hotel casi no habían intercambiado palabras, José se mostró tímido, e increíblemente la puta también. A pesar del horrible frío que acontecía en ese invierno, ella no llevaba más ropa que su corsé. José se agarró de esa utilizadísima excusa del “clima” para dar inicio a su conversación: “¿no te da frío usar sólo eso?” – “¿a ti no te da calor ese saco?, pero igual lo usas” – “tiene lógica pero no has respondido mi pregunta” – “¿vamos a jugar a los capciosos o vamos a tirar?, mejor nos apuramos porque se te va la hora” – “pagaré el tiempo que te quedes, no te preocupes” – “¿y tú cómo sabes que me quiero quedar contigo?” – “es tu trabajo, ¿no?” – “mi trabajo es tirar con los que me paguen, pero yo elijo con quién hacerlo” – José se quedó en silencio y decidió no ofuscarla más, ella estaba notoriamente enfurecida, las razones podrían sobrar, él no las indagó y prefirió ser testigo de su desnudez. Empezó a recordar, y terminó de hacerlo, ya estaba desnudo, erecto y completamente excitado, la puta estaba casi encima de él, se sentó en él y finalmente pensó estar en el cielo que él tanto esperaba. Por alguna razón eligió a esa puta anónima, él no sabía esa razón pero la sensación era exquisita, como la de cumplir un sueño de años. En pleno acto sexual, José empezó a tocar todo el cuerpo de la meretriz, hasta que llegó a la zona vaginal, abriéndose paso entre sus ingles para ver mejor los resultados de su larga espera. Cuando de pronto tocó una superficie rugosa que hizo saltar a la mujerzuela, escapándose de su placentero estado – “No toques ahí” – dijo con voz energúmena y temerosa; José observó con atención, era una cicatriz de quemadura, era redonda y pequeña, como la que provocaría un cigarrillo inclemente. Luego de 15 minutos exactos de silencio, José se levantó de la cama, se vistió, abrió la puerta y antes de irse mencionó: “te estuve esperando en vano, ya no tengo porqué cambiar”; una lágrima rodeaba su mejilla izquierda, sacó su billetera, tiro al suelo cincuenta soles, cerró la puerta, abandonó el hotel, subió a su auto y se marchó a casa. El hotel se llamaba “Sueños”, y tenía 2 solitarias estrellas al costado.

domingo, 12 de julio de 2009

Carta a papá

Querido padre:

Para cuando estés leyendo esto ya estaré algo lejos de mi cuarto, lugar donde has encontrado estos papeles. Mas no quería irme sin dejar algún rastro, alguna huella de lo que significaste para mí en estos veintiún años en los que estuvimos juntos. Para empezar debo decirte que para mí esto no es fácil, en realidad, ¿qué lo es?, tomar una decisión de esta naturaleza es algo muy complicado, incluso para quienes hemos tenido que vivir al margen de la duda, como en mi caso, en el cual desde muy pequeño me hiciste tomar determinaciones instantáneas y, en muchos casos, poco ortodoxas. Pero no me apena. Para nada me apena haber vivido de esa forma una etapa en la cual, supuestamente, debía tener todo el tiempo del mundo y toda la asesoría necesaria para poder dirigirme a un buen camino. Camino al cual jamás llegué a andar. Pero no me apena.

Padre, mi niñez la viví según tus deseos y destemplanzas; según tus magnitudes y tus desvaríos. Y fui la envidia de muchos, muchos que no tenían un padre como tú, tan bien vestido, como un enorme pingüino, brillante como el charol y oliendo tan bien como el shannel. Sí, padre, tu perfume fue, es y será siempre exquisito. Cuando llegabas a recogerme a la escuela todos mis amigos y amigas se me acercaban y se emocionaban. De pronto expresabas fastidio con tus azules ojos y así como llegaban, se iban. Se subían a los autos de sus padres, o a la odiosa movilidad escolar. Yo me subía a tu Porsche negro. Elegante. Bello. Como tú. Me hacías subir al asiento de mamá, ahí, al lado tuyo, y me colocabas el cinturón, me quedaba grande, “saca barriga, Tavo”, me decías, y aunque trataba de igualar a un enorme elefante sólo conseguía asimilarme a un delgado y pequeño mico de circo. Nunca te lo dije, pero en mi más anhelado sueño no me veía en el asiento de mamá: Me veía en la escuela esperándote, solo, y cuando llegabas, tu perfume hacía que todos mis amigos se acercaran, esta vez no los espantabas, los mirabas con dulzura, y de pronto les ofrecías subir al Porsche bello. Íbamos todos en el amplio asiento trasero jugando como los niños de ocho años que éramos, y luego, al llegar a casa, nos hacías pasar por el caminito hasta el salón de juegos, ese caminito por el cual pasé tantas cosas, muchas reales, otras, imaginarias y muchas otras que ni te imaginas, padre.

Pero todo quedó en un simple y hermoso sueño que se repitió constantemente durante varios años, hasta que comencé a crecer, y todo se comenzó a complicar, ¿no padre?
Crecer complica mucho las cosas, aunque mientras creces maduras y la madurez se transforma en el contrapeso de toda la suciedad que se va adquiriendo con los años. Sí, la ciudad contamina y por eso me mandabas a la hacienda del tío Santiago, en Cajamarca. Una, dos, tres semanas sin oler el desagradable humo capitalino, y tú en Lima, trabajando, en aquel enorme edificio cuyo color parecía conjugar muy bien con la “panza de burro” que tiene la ciudad como cielo. Pero no me apena padre, no me apena haber cumplido los doce años en aquella gran hacienda rodeado de cerros verdes y de hermosos caballos pura sangre. Mientras mi tío Santiago, su esposa Madeleine y su mascota cuyo extraño nombre no recuerdo, trataban de reemplazarte y hacerme creer que no me hacías falta. Padre, sí me hiciste falta aquellas tardes de febrero, sea en Cajamarca con tu hermano, en Ica con la hermana de mamá, o en Chile con mi abuelo Humberto. Mamá murió cuando yo tenía cuatro años, ¿recuerdas padre?, acababa de dar a luz a Lucía. Sí, es cuatro años menor que yo, pero creció mucho más rápido, y ahora la ves: viviendo con unas amigas, y no yendo a la academia; y aunque a veces he escuchado la palabra “puta” salir de tus labios mientras hablan por teléfono en las madrugadas, sé que la amas, porque se parece a mamá. Y que ella te hace mucha falta es una realidad latente e innegable. Pero padre, no es de Lucía de lo que quiero hablarte para firmar mi despedida, sino de las cosas que pasaron después de aquellos cumpleaños donde estuviste ausente, de aquellos regalos que llegaron sin ti. Te esperé mucho tiempo y aún estando en Lima y viviendo en tu casa te sentía lejos. De pronto tu perfume me comenzó a oler a nada y tus azules ojos comenzaban a adquirir ribetes arrugados, como bellas cataratas del agua más azul pintadas en pergaminos. Comencé a alejarme de ti, así como tú te alejabas de mí. Terminé el colegio y créeme, contrariamente a lo que muchos piensan, te esperé en la graduación y en la fiesta de promoción, cuando elegiste a mi prima Claudia como pareja mía. El Regatas lucía tan desolado esa noche. No estabas conmigo, me sentía mal y Claudia, no sé si por compasión o por los tragos demás, fue la primera chica que besó mis labios. O debo decir, la primera y la última. ¿Sabías eso, padre?, ¿te lo llegué a contar? Sí, alguna vez besé a una mujer, no como tú crees, sé lo que son esos carnosos y siempre acuosos labios femeninos, lástima que fue mi prima y no la reina de la primavera, sino todos se hubieran enterado de lo galanezco que puedo ser. Seguro que te estás riendo ¿no padre?, no sé qué estás pensando, porque en realidad te conozco muy poco. Luego llegó la siguiente etapa y te luciste como el mejor padre al pagar miles y miles de dólares en aquella universidad, tan particular, demasiado diría yo. Y ahí lo conocí, padre, ahí conocí a Javier. No sé si lo sigues odiando, en realidad no sé si sigues leyendo esta carta mal redactada, pero quería decirte algo: a veces aparecen personas que cambian el rumbo de tu vida, personas que reconstruyen lo destruido y construyen lo que nadie jamás se atrevió. Se puede decir que tú destruiste lo poco que construí, querido padre, y que las mujeres jamás construyeron nada en mí, excepto un sinfín de amistades, y una compresión que ya quisiera que tuviesen los hombres, como yo. Porque soy hombre ¿no, padre? Por lo menos así figura en mi partida de nacimiento y en mi DNI. Lamento mucho cómo se dio todo, me hubiese gustado llevarlo con calma, tranquilidad, y esa frialdad que parece encantarte tanto. Pero no soy así. No soy como tú. No tengo esa suerte, padre.

Fue hace tres semanas cuando Javier me propuso ir a Europa con él, considerando que ya terminamos nuestras carreras, y que además somos buenos profesionales. Él es todo un administrador. No lo conoces ¿verdad, padre? Sólo sabes de él porque te lo mencioné. Y nada más. Sólo puedo decir que es diferente entre los diferentes, que es seis años mayor que yo y punto. Acepté su propuesta porque seríamos felices allá, lejos de gente que se oponga al sentimiento puro, tan puro, que proviene de nuestros seres. Lo que aún no tengo claro es el país, hay varias opciones, pero según lo que leí en algunos correos electrónicos suyos (husmeé un poco) todo parece indicar que será Francia. Ya has ido allá muchas veces ¿no, padre?, en el cuarto grande hay una foto tuya con mamá y atrás la preciosa y enorme torre Eiffel. Abajo del mueble viejo, en el cajón barnizado y apolillado, encontré muchas fotos más, todas tuyas, todas con mamá, en diferentes partes del mundo. No sé porqué jamás me contaste nada sobre esos viajes. Mucho trabajo seguramente ¿no, padre?, siempre tuviste mucho trabajo. Si todo sale bien partiremos a finales de este año, por mientras estaremos viviendo en su departamento, está aquí cerca, en San Isidro, pero lejos de tu edificio color “panza de burro”. Como te habrás dado cuenta todas mis cosas ya están allá. No eran muchas después de todo. La mudanza fue en tiempo record. Todo con la consigna de irme y dejar que vivas sin mí, librándote de mis locuras.

De modo que no tendré la suerte de volverte a ver, por lo menos en un buen periodo de tiempo. Me despido, padre, no sin antes decirte que a pesar de conocerte poco, siento un cariño enorme hacia a ti. Un complejo de Electra que sigue en mí a pesar de los años, tal vez esté enamorado de ti también porque siempre fuiste un enigma para mí. Y porque, como dándole la contra a los años de exclusión que tuviste conmigo, siempre seguí tus pasos tratando de imitarte, de seguir el buen camino. No pude, padre, no pude. Espero que todo te siga saliendo bien, que sigas con autos bellos, como tú. Que sigas con tus fuertes miradas, que te dan un aire de exclusividad muy tuyo. Que sigas con esa firmeza. Eres joven, y te doy un consejo, absurdo proviniendo de un muchacho veinticinco años menor, pero que me gustaría, tomes en cuenta: si la vida te da la oportunidad de tener otro hijo, y descubres que “no es como los demás”, ámalo mucho. Mucho.

Adiós padre,
Tu hijo, Gustavo.


P.D.: Javier estuvo llorando en la madrugada de anoche (¿notaste que no llegué a casa?), en el balcón de la habitación. Tenía una especie de sobre medio abierto en la mano, como los que dan en los centros médicos. Comenzó a hablar solo, entre sollozos, decía algo como: “¿por qué no lo supe antes?, perdóname Tavito, perdóname”, espero que no sea nada malo.