Han pasado apenas dos horas desde nuestra última discusión y ya ansío
tenerla nuevamente entre mis brazos, forzar sus besos con mi
desesperación, abrazarla como si la estuviera atrapando o penetrarla
como si quisiera apoderarme hasta de su alma. Han pasado apenas dos
horas y ya miro el reloj con insania, ¿qué hora es?, a esta hora ya
estaría quedándose dormida en mi pecho, cansada de tanto luchar conmigo;
no, no conmigo, contra mí. A esta hora ya estaría yo pensando en qué
hacer al día siguiente para seguir sintiéndome su dueño, y en cómo
maquillar esa repudiable manera de vivir, haciéndole creer que se trata
del más puro amor. Cuánta mierda hay en mí. He pensado en muchas
ocasiones que merezco la muerte, pero, en realidad, la muerte sería el
mejor de los placeres para alguien de mi calaña. Yo merezco sufrir, y
por eso me encontré con ella, porque Dios existe y es sabio, entonces me
la puso en el camino para que sufra y para que ella sufra conmigo por
algún pecado pasado que, de repente, ni ella misma cometió. No. Pero de
qué hablo. Si siempre he sido yo el que le rogaba para volver, para
verla, para forzar sus besos con mi desesperación, abrazarla como si la
estuviera atrapando o penetrarla como si quisiera apoderarme hasta de su
alma. Lo único que veo ahora es esa fotografía de hace dos años,
cuando, según sus palabras, «todo era felicidad»; entonces estaba más
delgado y ella, bella, con el cabello pintado de rubio. Veo también esa
rajadura en la fotografía, producto de las idioteces que suelo hacer
cuando me siento acorralado entre mis limitaciones y sus ganas de alzar
al vuelo. No puedo permitir que me deje. No puedo. Mis amigos creen que
no sé que ella sería feliz sin mí y que yo necesito ayuda. Creen que no
lo sé, idiotas. Idiotas que además me creen idiota. Pues, ¡claro que lo
sé!, cómo no saber que estando sin mí lloraría menos, sonreiría más y
tendría mejores oportunidades en todos los aspectos de su vida. Cómo no
saber que lo único que hago es atrasarla en todo lo que se propone,
cortarle las alas con mis manipulaciones y alejarla de las personas que
realmente la aman. Idiotas, ¿creen que no sé eso?, claro que lo sé. Pero
saberlo no me es suficiente, sentirlo tampoco. Por eso sigo con ella y
ella conmigo, porque sé que en el fondo ella asume este sufrimiento como
un mandato divino. Eso la convierte en una mártir. ¿Los policías lo
entenderán?, ¿entenderán que era así como tenía que acabar este chubasco
que ya se hacía eterno?; las sirenas, ruidosas, no les dejan entender;
la sangre, secándose en mis manos, prueba de que ahora ella será mía
eternamente. Sólo una mentira más, amor, sólo una mentira más, y te
prometo que todo habrá terminado. Por fin habrá terminado.
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