miércoles, 2 de octubre de 2013

Nubes que se tocan

Esmi

Me encantó concebir a Esmeralda Gramunt. Creo que es uno de los personajes que más aprecio en la saga y que más valoro como personaje en sí. No sólo representa a la mujer ideal de Tomás, vale decir, un espejismo que él siente inalcanzable, sino que además se convierte, tras diversas ocasiones, en un estupendo catalizador de las impertinencias naturales de los protagonistas, sin dejar de mantener la puerta abierta para participar en algunas de sus pueriles ocurrencias. 'Nubes que se tocan' constituye su primera aparición protagónica en 'Desvaríos premonitorios'. Y vaya que en este relato la catalana brilla ya con luz propia. Es brillante, bella, sensible, y alcanza una madurez veloz en esta y en sus posteriores apariciones. Además, pasado el tiempo, logra convertirse en una respetadísima economista de fama mundial, lo que le da un toque de glamour a la de por sí chúcara conducta tanto de Tomás como de Gabriel (principalmente de Tomás, hay que aclarar).

Sustancia

Si algún día me preguntan cómo es que se me ocurrió que ambos debían ir a la Torre Agbar en su primera cita, la respuesta sería sencilla: de recibir la visita de una bella catalana, me las arreglaría para llevarla a la Torre Principal de Interbank y concretar ahí una cita romántica (esto es una broma, claro).

Tomás y Esmeralda se conocen por redes sociales, presentados por Gabriel (quien a su vez también era sólo amigo de ellos mediante la Internet), y consuman su amistad a través de mensajeros de celular. Hasta ahí todo parecería indicar que sería una típica relación virtual sin mayores aspiraciones, pero todo cambia cuando Tomás decide ir a España, entre otras cosas (incluyendo a Gabriel), para conocer a Esmeralda. No obstante, aparentemente, su difícil situación económica y laboral lo hace tardar algún tiempo, tiempo que se prolongó demasiado. Tiempo en el que Esmeralda se enamoró y casó con un científico rico y renombrado (presumiblemente mucho mayor que ella). Y eso no es todo, cuando Guerrero llega a Barcelona, Esmeralda tenía ya seis semanas de embarazo. Si la conducta del peruano ya era de por sí dramática, imagínense con esos condimentos. Aún así, pactaron una cita en la hermosa capital de Catalunya. Sin más que agregar, los dejo con el relato.

PD. Aquí también menciono a Pablo por primera vez en la saga (si mal no recuerdo). Pero prefiero hablar de este (grato) personaje en otra ocasión.

***

Nubes que se tocan

De pronto me vi envuelto en estupefacción cuando la vi bajar del taxi. Estaba hermosa. Era más hermosa de lo que veía en sus fotos hacía unos años. Era más hermosa de lo que imaginé en mis momentos de soledad. O cuando me sentía acompañado por ella utilizando el celular. No pude evitar besar su mano al saludarla, cual si se tratara de una princesa. Una princesa que me fue imposible terminar de conquistar por la simple razón de que ella pensaba, usaba bien su virtuoso cerebro, razonaba, y concluía qué era lo mejor para ella. Evidentemente yo no tenía cabida en ese algoritmo, pero en ese momento éramos ella y yo, frente a frente, dispuestos a no saber cómo utilizar el tiempo que pasemos juntos.

-    Esmeralda, hola, ¿cómo has estado?
-    Hola. Bien, ¿y tú?
-    Pues, aquí. Gracias por aceptar esta salida. Sé que lo pensaste mucho, no es necesario que me lo digas.
-    No lo pensé tanto. Cuando supe que habías venido lo único que deseaba era conocerte personalmente.
-    Bueno, aquí estamos.
-    Sí.
-    ¿Qué hacemos ahora?
-    ¿No tienes nada planeado?
-    La verdad, sí. Pero no sé si estés de acuerdo en que vayamos a lo alto de ese enorme edificio.
-    ¿Quieres que vayamos a la Torre Agbar?
-    Si lo deseas.
-    Claro, hasta ahora no he podido ir.
-    Pero, ¿estás segura?, ¿no será malo para tu bebé?
-    Ja, ja, no lo creo, a menos que no haya ascensores.
-    Entonces vamos.
-    Vamos.

La tensión se iba disipando de a pocos. Ella ignoraba lo que planeaba una vez que llegásemos a la torre. Dije, ¿«ignoraba»?, ¿acaso había algo que Esmeralda ignorase?, ¿acaso no sólo era brillante y culta sino también perceptiva e intuitiva como toda mujer?, lo cierto es que cuando tomamos el taxi y, de casualidad, rozó mi nariz con un mechón de su largo cabello negro, diversas sensaciones confluyeron en mis ríos hormonales. Me había excitado y era urgente tratar de disimularlo. Era el poder de Esmeralda y de tantas noches hablando juntos a la distancia. Tantas noches enamorándome, mientras me era cada vez más inaccesible.

-    Es curioso que nunca hayas venido aquí. Me hablabas tanto de este lugar que pensé que era casi como tu segundo hogar.
-    Mi segundo hogar siempre fue una casa de estudios, Tomás. Además siempre te dije que admiraba tu valentía para conocer nuevos lugares sin amilanarte. Por lo cual se puede deducir que yo no soy así.
-    Vaya, pero no hay que ser tan valiente para venir a este lugar tan bello y que además tienes tan cerca de casa.
-    ¿A cuál de mis residencias te refieres?
-    Pues a la casa en donde vives.
-    Ahora vivo en una tercera residencia.
-    Joder…
-    Me encantaba cuando escribías «joder» en nuestras ventanas de chat.
-    Y estoy seguro que te he sonado ridículo ahora que me has escuchado.
-    No, ahora me gusta más. Te sale muy bien. A ti particularmente.
-    Pues, gracias.
-    Es raro, siempre supe que no se podía acceder tan fácil a la torre, ¿por qué de pronto ya estamos en el ascensor y nadie nos dijo nada?
-    Digamos que esta es tu cuarta residencia ahora.
-    ¿A qué te refieres?
-    Nada, no dije nada. Ya casi llegamos.

El primer mensaje de texto de Gabriel había llegado: «Tío, ¿cómo vas?, ¿ya estás con ella?, joder, me lo tienes que contar todo, ¿sabes por qué?, porque, maldito hijo de puta, te has gastado todo nuestro dinero en este plan de ligue; así que si no ligas con ella te juro que te arrepentirás. Adiós». Leí el mensaje sin que Esmeralda sintiera un ápice de descuido, decidí no responderlo hasta tener una oportunidad idónea. El ascensor era muy veloz. Habíamos llegado rápido al piso treinta.

-    Llegamos.
-    Ya veo, ¿qué hay aquí?
-    Pasa y verás.

Nos esperaba una oficina vacía, pero no era cualquier oficina. Utilicé el lugar para decorarlo con algunas pinturas renacentistas, me preocupé también de las luces, estas eran tenues y blancas. Al abrir las ventanas del fondo teníamos una pequeña terraza donde coloqué una ligera mesa y dos sillas. Sobre la mesa había un vino blanco, el único tipo de vino que le gustaba a Esmeralda, y unos panellets que compré poco antes de llegar a aquel mall de la avenida Diagonal, donde nos encontramos.

-    ¿Qué es esto?
-    Pues… es la cita que nunca tuvimos.
-    ¿Por qué lo hiciste?
-    Oye, ya vas a empezar con tus cuestionamientos. Vamos, no estamos en una clase de Macroeconomía. Además los panellets se enfrían.
-    Tomás, no entiendo nada…
-    ¿Nos sentamos?
-    Pero…
-    Esmeralda, que se enfrían los panellets.
-    Los panellets se comen fríos. Pero...Vale.

Una vez sentados frente al resto del mundo, el cual se veía nublado, producto de las nubes que acariciaban lo alto de la torre, serví las copas y propuse un salud por nuestro encuentro.

-    Ok, sé que es algo tarde para celebraciones, pero me alegro de haberte conocido, al fin, personalmente. Brindo por eso.
-    Vale.
-    ¿No brindarás por nada?
-    Es que… no sé.
-    Esmeralda, ¿qué te preocupa?
-    ¿Tienes preferencia por algún nombre en especial para tu primogénito?
-    La verdad no lo he pensado, es decir, lo pensaba de muy joven, cuando me moría por tener hijos. Ahora ya no.
-    Oh, entiendo.
-    Pero podrías ponerle «Lionel»
-    Ja, ja, ja, ya es un nombre muy común por aquí.
-    Lo imaginaba, ¿qué tal «Rivaldo»?, apuesto a que no muchos se llaman así.
-    Siempre mezclas todo con el fútbol, eres tal cual te mostrabas por internet.
-    Entonces brinda por eso.
-    Sólo un sorbo.
-    Lo sé, ¿cuántos meses tienes?
-    Tengo seis semanas.
-    No es mucho.
-    Sí, por eso es que puedo tomar un sorbo.
-    Es una pena, eso quiere decir que no te podré emborrachar; y yo que había preparado una cama muy cómoda en la siguiente oficina.
-    Bueno, salud.
-    Salud.

Entonces llegó el segundo mensaje de Gabriel: «Tío, ¿me lo vas a contar o no?, ha llegado Pablo al hotel. No sé cómo demonios sabía que estábamos hospedados aquí. Ahora toca la puerta y no quiero abrirle porque de seguro ha llegado a preguntarme por ti. Sé que se huele lo que tramas con Esmeralda. No te lo perdonará, tío, así como yo no te perdonaré que nos hayas dejado en la miseria por cumplir este antiguo capricho tuyo. Estaré esperando tu respuesta. Adiós (otra vez)». Esmeralda notó que leía el mensaje y percibí cierta incomodidad de su parte. Pensé en apagar el celular para que Gabriel dejara de molestarme, pero estaba seguro de que sentiría una enorme culpabilidad. Después de todo, él tenía razón. Se me había ido lo poco que tenía de dinero en preparar el ambiente perfecto para Esmeralda. Aunque, vale decir, hubiese gastado todo el dinero del mundo con tal de cumplir ese objetivo.

-    ¿Cómo es que hiciste todo esto?
-    Bueno, les pagué a los de seguridad para que ni siquiera nos hagan un guiño al vernos entrar.
-    ¿Cuánto les pagaste?
-    ¿Eso importa?
-    Bueno, no. Pero no me explico aún por qué has hecho todo esto.
-    Pues, por ti.
-    Pero, ¿por qué?
-    Esmeralda, no todo en esta vida tiene un por qué.
-    Esto ya lo hemos discutido antes y sabes muy bien cómo pienso al respecto.
-    Pues tú sabes que yo no pienso así. Respetemos eso y listo.
-    Él es un gran hombre.
-    ¿Quién?
-    Mi esposo.
-    Sí, lo sé. Sé también que es muy reconocido.
-    Sí.
-    Pues qué bueno. Te lo mereces. Además es cuestión de tiempo para que tú también obtengas muchos reconocimientos.
-    No lo sé.
-    Vamos, tienes veinticinco años. Eres muy chibola aún.
-    Ja, ja, ja, ¿«chibola»?, ya me había olvidado de las jergas peruanas.
-    Los peruanos molamos y somos la mar de sexies, no lo olvides.
-    No lo olvido. Por cierto, ¿has visto a Pablo?
-    Sí, en Madrid.
-    ¿Cómo está?
-    Bien, con todo este tema de su maestría.
-    Qué bueno.
-    Sí.
-    ¿Y Gabriel?
-    Se quedó en Madrid. Está bien. Lástima que no pudiera venir ahora.
-    La última vez que lo vi fue cuando le conté que estoy embarazada.
-    Sí, lo sé.
-    ¿Qué opinas de ello?
-    Opino que está bien.
-    ¿Que está bien?
-    Claro.
-    ¿Y si te dijera que yo no quería tener un bebé?
-    No te creería.
-    ¿Por qué?
-    Y dale con los «por qué».
-    Creo que es muy pronto para estar esperando un hijo, ¿tú no crees lo mismo?
-    No es pronto ni tarde para tener bebés; simplemente se tienen y punto.
-    ¿Cómo puedes vivir con esa manera tan simple de pensar?
-    ¿Fue ofensa o halago?
-    Ninguna de las dos, sólo una observación en forma de pregunta.
-    Pues a mí me sonó a ofensa. Salud por eso.
-    ¿Qué hacemos aquí, Tomás?
-    Se supone que nos divertimos, ¿no?
-    No me estoy divirtiendo ahora.
-    Lo sé.
-    ¿Tú sí?
-    No, tampoco.
-    ¿Qué hacemos?
-    Ven, miremos hacia afuera desde la ventana.
-    ¿Estás loco?
-    ¿Eres aerofóbica?
-    No, pero…
-    Ven, no pasará nada.

Nos paramos y dirigimos hacia la ventana abierta. Nos apoyamos en la baranda y sacamos nuestras cabezas a la intemperie. No se podía ver nada debajo, sólo algunas luces de los autos, luces que se movían, y algunos negocios. Las nubes nos envolvían. Nos habían secuestrado en aquella oficina que de a pocos se tornaba cálida, a pesar del invierno catalán. Al mirar hacia arriba, se divisaban fácilmente las estrellas, y por los costados las luces del edificio.

-    ¿Recuerdas la primera vez que me mandaste una foto de Barcelona?
-    Sí, ¿qué con eso?
-    Bueno, aunque esto suene trillado, es mucho mejor estar aquí que verla por foto.
-    Tienes razón. Gracias. Espero algún día poder conocer Lima.
-    Te gustará, aunque es diferente a esto. Muy diferente.
-    En Lima naciste y creciste. Algo especial debe de tener.
-    Es como una chica rara. Tardas un poco en conocer sus lados especiales.
-    ¿Como una chica rara?, me atrae mucho más ahora.
-    Vaya. Hermosa vista, ¿no crees?
-    Sí, ¿sabías que las luces del edificio obedecen intencionalmente al patrón óptico de Moiré?
-    ¿Moiré?, ¿qué carajos es eso?
-    Se logra con dos conjuntos de líneas paralelas, superpuestos y separados por un ángulo no mayor a cinco grados. A la vista, eso forma el efecto Moiré.
-    Y de seguro que eso lo hace molar.
-    Exacto.
-    ¿Te puedo besar?
-    ¿Qué?
-    Que si te puedo besar.
-    Tomás, no.
-    ¿Por qué?, ¿porque estás casada o porque no te gusto?
-    No responderé a esa pregunta, lo siento.
-    Vale, entonces no te gusto.
-    Joder, Tomás.
-    ¿Qué?
-    No seas idiota.
-    ¿Qué?
-    Que no malogres el momento. Empezaba a divertirme.
-    Lo siento.
-    No, perdóname tú.
-    ¿Qué?, ¿por qué?
-    Porque soy cobarde.
-    ¿Cobarde?
-    Olvídalo. Están muy ricos los pan…

Consumado el acto casi vandálico de besarla durante contados y gozados treinta y seis segundos, me concentré en abrazarla con fiereza. En sujetar su cuerpo y oler su hermoso cabello, entonces tan cerca de mí, como si quisiera comérmelo con las fosas nasales. Ella no tardó en abrazarme también, aunque era evidente que la inundaba la tensión de no saber cómo terminar con aquella historia sin un final que la haga quedar como una cualquiera. Yo sólo quería seguir abrazándola, mientras las nubes de Catalunya me abrazaban a mí, a manera de felicitación por mi sufrida y magnífica paciencia.

-    Tomás, debo ir al baño, ¿me esperas?
-    Sí, aquí estaré. El baño está al lado del cuadro de Bellegambe.
-    Vale, ya vuelvo.
-    Te espero.

Llegó un tercer mensaje de Gabriel: «Joder, maldito abusón, apuesto a que te la estás follando. Acuérdate que está embarazada, no se te ocurra ir tú arriba. Eres un puto gamberro, te odio. Por cierto, Pablo estuvo aquí y ya salió a buscarte. Le dije que estabas en Rocafort con dos amigas y que yo no quise ir porque soy un cobarde. Me creyó sin titubeos y fue a por ti. Descuida, no le di tu número telefónico y le negué rotundamente que hayas quedado con Esmeralda. Espero, ahora sí, una respuesta tuya, maldito ninfomaníaco. Adiós (por tercera y última vez, creo)».

Todo esfuerzo de esperar hubiera sido inútil. Esmeralda se perdió entre las tenues luces blancas que había comprado e instalado para ella. La puerta del baño nunca sonó, como sí sonó el ascensor que la llevó directo al primer nivel, donde el tipo de seguridad no le diría nada por órdenes expresas mías. Desde la ventana del piso treinta no pude ver su hermosa y embarazada figura huyendo de mí, porque las nubes me lo impedían. Una hora después, bajé a hablar con los de seguridad. Uno de ellos me dio la única buena noticia de la noche. Entonces le respondí a Gabriel:

«Gabriel, lamento no haber podido contestarte antes. Esmeralda ya debe estar en su residencia en este momento. Sobre el dinero, no te preocupes, lo recuperaré muy pronto; y hasta podríamos despedirnos de Barcelona con una visita a un buen bar en los próximos días. Ven cuando quieras a visitarme a la Torre Agbar, te va a encantar mi uniforme nuevo. Espero que no me preguntes por qué ni cómo. Después de todo, en este mundo no todo tiene una razón de ser. Hasta pronto, hermano».

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