lunes, 1 de agosto de 2011

Todos los globos van al mar

Un globo se suspendía en el frío viento de Julio. Lima lucía sombría, como en cada tarde, como en cada día, pero ver un objeto tan llamativo y colorido, la hizo linda aquella vez. Sin embargo, la alegría de ese pedazo de cielo gris, contrastaba con el llanto inconsolable de una bella niña. Lo había perdido, se le había escapado. Ahora iba hacia destino incierto, siendo lo único cierto que dicha ligera hermosura aérea no volvería a estar entre sus brazos.

El globo, que era morado, oscuro y con forma de dinosaurio bebé, se fue alejando de la mirada infantil de Diana, y con él volaban muchas ilusiones, dejando a su paso las fantasías de un lindo fin de semana en Santa María, quizás el único lugar cercano a Lima donde aún se podía ver el sol en esas fechas. Sus padres le prometieron un globo nuevo, pero Diana quería ese, sí, ese, el que iba volando hacia destino incierto. Al ver el comportamiento de su hija, trataron de convencerla una y otra vez, pero fue inútil, aunque nada cambiaría los planes del ansiado fin de semana cerca del mar. Quizás, y con suerte, Diana también disfrutaría del sol.

El globo se fue perdiendo junto con ese viernes de Julio, había llegado el sábado y las lágrimas secas de Diana cuartearon levemente su rostro y provocaron un chispazo de dolor que la despertó. Nuevamente empezó a llorar. Sea sábado, domingo o lunes, sea en la frialdad del centro o en las playas más soleadas, aquel globo morado jamás volvería. Sus padres, quienes naturalmente ya habían olvidado el asunto que a su hija tanto consternaba, arreglaron las cosas que faltaban, tomaron a Diana y a su hermanito, subieron al auto y emprendieron viaje hacia el sur.

Durante el camino, Diana no dejaba de mirar hacia el cielo. No estaba el globo, no estaban las ilusiones, pero Santa María estaba cada vez más cerca. Al llegar, la familia entera, excepto el corazón de Diana, se puso en disposición para disfrutar de un leve sol.

Había llegado la tarde y sucedió algo inesperado: Diana había visto un niño de su edad, que llevaba en su mano derecha una delgada pita atada a un globo idéntico al que ella había perdido un día antes.

- "¡Es ese!" - gritó Diana, desbordando más alegría y emoción que el mismo sol - "¡Es mi globo!" - gritó nuevamente y, acto seguido, bajó de la cama playera y corrió velozmente para alcanzar al niño. Sus padres intentaron detenerla con gritos, pero eso no pudo detener su paso, mientras el niño se iba alejando, junto al globo, del lugar donde estaban situados. Lógicamente, pensaron que aquel globo era simplemente igual al de Diana, mas no era el mismo, pero, al ver que su hija no se detenía en su intento de alcanzar al niño, el padre comenzó a seguirla.

Por más rápido que Diana corriera, el niño se alejaba más y más, hasta que, finalmente, desapareció entre la gente. Ahora lloriquiando, la acongojada niña se detuvo sin encontrarle explicación a su difícil momento. Su padre la alcanzó y le explicó - "Hija, ese no es tu globo, hay muchos globos como el que perdiste ayer, pero no puede ser el mismo" - Diana lo miró furibunda - "¡No, papá, ese es mi globo, estoy segura!" - le contestó, y luego regresó con su madre y su hermano, a paso cargado de rabia. La tarde iba terminando para dar lugar a una noche fría, una noche más de llanto para Diana.

Al día siguiente, Diana volvió a despertar gracias al dolor provocado por sus lágrimas secas, pero con la clara consigna de encontrar por su propia cuenta al niño que se había apoderado de su preciado tesoro. Salieron de la casa de playa, tomaron sombrillas, toallas y camas plásticas, y nuevamente se situaron frente al mar. El sol de aquel día era más fuerte que el del anterior, al igual que la voluntad de Diana.

Mientras sus padres y hermano se bañaban, ella prefería quedarse en su cama plástica, a ver si aquel niño se volvía a asomar por los alrededores. Diana se había convertido en una centinela de sus propios deseos y su perseverancia comenzó a dar sus primeros frutos. A lo lejos divisó al niño, nuevamente junto al globo, jugando poco antes de la orilla. No lo pensó dos veces y corrió hacia él. Sin embargo, algo raro sucedía. Diana corría sin parar, pero divisaba la misma figura como si estuviese en la distancia inicial. No podía acercase al niño. La desesperación se apoderó de ella y corrió con tanta fuerza, que no tardó en tropezarse con un montículo de arena, para luego caer aparatosamente. Al levantar la mirada, veía al niño desvanecerse una vez más, junto al globo que Diana tanto amaba y extrañaba. Pero no se daría por vencida.

Como si se tratase de su último esfuerzo por preservar su propia existencia, Diana emprendió una nueva carrera hacia el niño y su globo morado, esta vez sí podía verlo más de cerca. El niño se detuvo y, al verla, empezó a huir con el tesoro - "!No, espérame!" - gritó Diana, pero el niño no dejaba de correr. De pronto desapareció de su vista, pero en su lugar apareció una cabaña solitaria; sí, sin darse cuenta, Diana se había alejado de todo y de todos, y estaba justo ahí, sola, frente a aquella cabaña - "Es su casa" - pensó, y se acercó para tocar la puerta.

No parecía haber nadie en aquel lugar. La cabaña estaba visiblemente descuidada, su fachada cubierta por telas de araña y musgo por todos lados. Aún así, Diana, sabiendo que era su única chance de recuperar su anhelado globo, comenzó a tocar la puerta, primero débil y luego cada vez más fuerte, hasta que la puerta se abrió, dando lugar a algo que la niña jamás olvidaría.

Entró a la cabaña y los vio, un sinfín de globos, de todos los tamaños y colores, pegados al techo del recinto. Eran tantos que casi podían tocar el suelo. Era prácticamente un cabaña llena de globos, un paraíso para la imaginativa mente de Diana, quien empezó a llorar, pero esta vez de emoción y júbilo. De inmediato empezó a pensar en acomodar por algún rincón su cama y vivir en aquella cabaña, atiborrada de tesoros, para siempre, pero nuevamente sucedió algo extraño. Empezó uno. Luego el segundo, el tercero y seguidamente todos los demás. Casi al unísono, todos los globos se iban reventando como si alguien los estuviera pinchando con una aguja. Diana no lo podía creer, pero ninguna palabra salió de su boca en ese instante. Finalmente, quedó un globo, era el suyo, era aquel globo morado, oscuro y con forma de dinosaurio bebé, que había perdido dos días antes. Lo había encontrado y la alegría había vuelto a su mirada, pero duró poco, el globo, el tesoro, también reventó, sin dejar rastro alguno. Diana intentó aclarar sus ojos con sus pequeñas manos, para ver si despertaba de un sueño, o si lo que estaba viviendo era una realidad.

Al regresar la mirada, una anciana de vestido gris estaba frente a ella, sentada sobre un sillón que hacía unos minutos no existía, y tomando un café que hacía unos segundos no emanaba olor alguno. Al lado izquierdo de la anciana, sobre una mesa, había un cuadro con el rostro de un niño y, junto a aquel cuadro, otro cuadro con la imagen de un bote pesquero, con unas fechas conmemorativas. Inmediatamente, Diana preguntó - "Señora, ¿quién es usted?" - La anciana sonrió amablemente y le contestó - "Hijita, esta es mi casa, ¿quién eres tú?"

- "Buscaba mi globo, señora, estaba aquí pero se reventó, junto con todos los demás globos, ¡eran miles!, ¿todos eran suyos?, ¿por qué los reventó?"
- "¿Globos?, ¡ah, sí!, no fui yo, hijita" - dijo la anciana, siempre sonriendo amablemente, mirando al techo - "seguramente fue él"
- "¿Él?, ¿quién?"

La anciana sonrió aún con más amabilidad, cerró los ojos y luego los abrió para mirar fijamente a Diana, entonces le dijo: "No puedo decirte quién es, pero sí puedo decirte otra cosa" - "¿Qué cosa?", preguntó la niña - "Hay personas que se van y no regresan, se quedan en un sólo lugar, dime, si tú te fueras a algún lugar para no regresar, ¿a dónde te irías?" - Diana pensó la respuesta por unos segundos, y luego dijo con firmeza - "Elegiría vivir para siempre en su cabaña llena de globos, señora" - La anciana tomó la respuesta de la niña con mucho placer, y empezó a reírse mientras una lágrima rodaba por su mejilla - "¡Eso era justo lo que quería escuchar!" - "¿Y eso a qué viene, señora?" - preguntó Diana. La anciana tomó el último sorbo de su aromático café y finalmente dijo:

"Todos los niños van al cielo, pero no olvides, hijita, que todos los globos van al mar. Estoy segura que nos volveremos a ver aquí mismo, en mi cabaña, algún día, cuando podamos tomar este mismo café".

Entonces Diana comenzó a verlo todo borroso, la imagen de la anciana se confundía con el resto de las cosas que veía, el sillón, el café, los cuadros, todo, finalmente se desmayó. Al despertar, estaba recostada en su cama, junto a sus padres; ellos la habían buscado por toda la playa, pero no la encontraron sino hasta escuchar los desesperados y lejanos gritos de un niño que decía: "¡Acá está!, ¡acá está!, ¡la niña del globo, acá está!" - La policía y los desesperados padres corrieron hacia el lugar de donde provenían los gritos, pero sólo encontraron a Diana, tirada en la orilla, sujetando fuertemente una pita atada a un globo morado, oscuro y con forma de dinosaurio bebé, que había partido hacia destino incierto, pero que había vuelto a su dueña.

Nunca supieron quién era aquel niño de los gritos.


Para mi gran amiga, Giuliana,
y para la niña desconocida que, al perder su globo esa tarde, inspiró este cuento.

No hay comentarios.: