Somos como dos pedazos de una vajilla rota, salpicados por la inmensidad de una habitación del mismo color que la loza. Entre esa dificultad casi antinatural es, de hecho, imposible que alguien o algo nos una. Si acaso el viento devenido de los alisos, y que entra silencioso por la ventana, hace cómplice a las fuerzas gravitatorias y juega con nuestras posiciones, tan siquiera permitiendo una visión lejana y borrosa de nuestros cuerpos, o la emisión de sonidos clementes que puedan dibujarnos algún mapa ilusorio en la profundidad de nuestras mentes, burlando nuestras cegueras. Eres, en definitiva, algo que nunca podré tener cerca. Y yo algo que jamás conocerás; para tu dicha, claro está. La diferencia radica, tal vez, en que yo sí te necesito. Soy el trozo no reutilizable de aquella vajilla rota. Porque hay trozos que, aún separados de sus cuerpos de origen, pueden servir como reposición para otros nuevos cuerpos. Yo no sirvo sin aquello de lo que me han separado –siendo en realidad que nunca nos juntaron–, soy un pedazo deforme, icosaédrico, asimétrico y fútil, completamente incapaz de pegar en algún lado; en cambio tú sí; lo que es aún mejor –para ti–, muchos cuerpos se han de dedicar toda la vida a buscarte. Eres independiente y flotas aún sin alas y te deslizas aún sin necesidad de humedad. Reculas y floreces cuando tus deseos lo demandan. Te recuestas sobre el manto exquisito de la serenidad, y esperas tranquila a que esos cuerpos se te acerquen haciendo uso de sus voluntades. Tú no te gastas. Yo no tengo nada más que hacer en este plano tan insulso. Condenado a la más zafia insignificancia, sólo me queda imaginar momentos perfectos que en ningún tiempo se plasmarán en la carne. Pensar que algún día el viento devenido de los alisos hará cómplice a las fuerzas gravitatorias, y que nos unirán en forzada danza. Y que al fin y al cabo alguien o algo se dignará a pegarnos para siempre, condenándonos a la furia de la injusticia: yo contigo, tú conmigo, ¡ves la injusticia! El cuerpo que te tiene –y es que lo más probable es que, si existes, alguien ya fue por ti– y que intentó pegarte a él con sus más fuertes engrudos podría quedarse tan solo como lo estoy yo ahora. Tú, tan útil y flotante, estarías a mi lado. No me culpes. El amor, como este texto, es casi siempre así de retorcido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario