La historia que les voy a contar no obedece a ningún buen ejemplo, de esos que los viejos nos obligan a dar a los sobrinos, hermanos o primos menores. Si buscan algo que tenga un mensaje "positivo", les recomiendo que dejen de leer en este preciso momento.
¿Siguen aquí?, entonces prosigo.
Mi nombre es Nicolás, e hice lo que ningún hombre, que se autoproclame "leal", debería hacer. Sí, ya van adivinando, además el título del relato es clarísimo. Sólo les pido que no me juzguen sino después de haber leído toda la historia.
¿Pueden hacer eso?, gracias.
Mi amigo se llama Andrés, es un chico bien parecido, que conocí hace diez años en el cumpleaños de alguien "x". Al principio me caía mal, muy mal. Tenía unos aires increíbles de político frustrado. En lugar de hablar de fútbol o de trabajo, se la pasaba dando discursos de moralidad y buenas costumbres. Cuando le pregunté si había leído a Carreño, me di con la sorpresa de que era muy empírico. Eso tiene su mérito, pero hace diez años yo pensaba que aquellas personas no informadas no tenían derecho a alzar la voz. Se lo dije y fue como una declaración de guerra.
Como suele ocurrir, mis enemigos se convierten en mis amigos en poco tiempo, y así fue. En cierto modo, instruí a Andrés, para que deje de ser empírico, y de paso aprendí a expresarme como político frustrado. Créanlo, a veces funciona. Pasaron rápidamente dos años, en los cuales siempre creí subterráneamente que Andrés era homosexual. No lo veía con chicas, apenas y me comentaba sobre una que otra galifarda que se nos aparecía por la calle, en algún bar o en nuestros centros de estudio. Yo, en cambio, me vanagloriaba de ser el "experimentado" del dúo. Cuando no tenía historias amorosas que contar, las inventaba para que él pensase que siempre conozco chicas y me suceden cosas con ellas. Él me creía. Se volvió mi amigo incondicional.
A veces no podía evitar ser realista con mi vida lúgubre, y aunque nunca le solté lágrimas, le conté de algunas situaciones que realmente me pasaban, obviamente cosas no tan alegres como acostarme con chicas lindas. De esa forma, ya confiando en él, yo también me convertí en su amigo.
Pasaron dos años más, entonces llegó un cumpleaños mío. Amigos, "amigos", compañeros, enemigos, todos tomando licor en mi sala, y apareció Andrés, con una chica preciosa. Inmediatamente, todos los presentes en la sala viraron hacia su presencia, él se ruborizó, un rato después me preguntó si le gustaba cómo se había vestido, pensó que los que estaban en la reunión se impresionaron por su apariencia. Qué ignorante puede ser Andrés, a veces.
Gloria era el nombre de la chica con la que Andrés llegó a mi casa en aquel verano. Mejor nombre no podía tener: Gloria, la gloria personificada en un cuerpo de majestuosas y simétricas turgencias, hermoso y provocador rostro, cabello crespo de color encendido y una mirada que destriparía sexualmente al más santurrón. Fue la reina de la noche en mi cumpleaños, aunque nadie se atrevió a sacarla a bailar, víctimas de la moralidad y las buenas costumbres. Yo lo pensé innumerables veces, pero me detenía el hecho de que mi novia, siempre consciente de mis posibles desbordes emocionales, no soltó mi mano en prácticamente toda la noche. Además, me exigió que Andrés presentara "en sociedad" a Gloria. Entonces salió otra vez el político frustrado. Aburrimiento extremo.
Los días pasaron lentamente mientras me obsesionaba con la idea de que Andrés, aquella empírica persona que instruí con tanto afán, tenía una novia más bella que la mía. Y no sólo eso. Aquella chica, que hasta ese momento no me había dirigido la palabra, apenas una mirada de "así que eras tú su mejor amigo", era víctima de mis más pervertidas y solitarias alucinaciones. No despertaba un sólo día sin haber soñado con ella, empapado en mis propias pegajosas y sucias ideas. Entonces iba al baño, me lavaba el rostro y trataba de quitármela de la mente. El trabajo debía ayudar, al igual que los estudios, pero fue en vano. Bajé mi producción en la empresa donde laboraba, mientras que, en la universidad, mis calificaciones bajaron considerablemente. Gloria había tomado posesión de mis ideas, lo único que tengo tras la ausencia de corazón.
Tomé, entonces, una decisión que creí sería la mejor. Debía conocer a Gloria. Pero Andrés, fiel a su estilo, y entonces entendí el porqué de no haberle visto chica alguna durante años, era hermético con respecto a ella. Las clásicas "saliditas" en pareja no eran lo mío, eso lo sabía Andrés, pero subestimé su inteligencia sugiriéndole que quizás debamos salir los cuatro. De inmediato él se preguntó el porqué. Lógicamente no le diría la verdad. Intenté convencerlo por el lado de las chicas. Ellas quizás quieran conocerse, a lo mejor. Total, ellas eran "normales", querían hacerse amigas, o eso quería creer.
Finalmente, aceptó la invitación. Una noche de esas, salimos las dos parejas, en busca de un lugar donde poder tomarnos unos tragos. Andrés y yo, sin coordinarlo previamente, coincidimos en que ese bar debía ser uno que no frecuentemos. Caímos en un antro barranquino. El resultado fue que tanto Gloria como mi novia se hicieron muy amigas, mientras que Andrés y yo casi no intercambiamos palabras. Algo raro sucedía. ¿Sospechaba?, ¿ustedes qué creen?, pues, ¡claro que no!, pero el escote que había llevado mi novia resultó a la perfección, Andrés se había quedado embelesado con sus tremendos pechos, cumpliéndose algo muy cierto que alguna vez me dijo un anciano: "Uno siempre ve mejor lo que no tiene que lo que tiene". Santa verdad, pues. Recuerden, estaba obsesionado con Gloria, alguien tenía que ser sacrificado.
Vale decir que mi novia no sospechaba de mis planes, pero Andrés era, como dije antes, bien parecido, sinceramente mucho más guapo que yo, un manjar irresistible para muchas chicas, sin excluir a mi adorada novia de ese entonces. Sólo fue cuestión de tiempo para que ambos salgan a la pista de baile, dejándome a mí a solas con Gloria. El plan había funcionado. ¿Y ahora?, ¿qué hacer?, ¿qué preguntarle?, ¿cómo llegar a los trasfondos de su regazo sin pasar antes por la conquista de su desconocido corazón?, ¿haría bien en asumir que ella se sentía cómoda de estar a solas conmigo, mientras su novio bailaba con tremendo escote?, pues, no sabría cómo explicarlo con exactitud. Quizás sea que lo que Dios no me dio en belleza, me lo dio en otras cosas, como por ejemplo la desfachatez. En pocos minutos, Gloria y yo hablábamos de manera amena, sin preocuparnos por nuestras parejas, que dicho sea de paso, llegaban cada veinte minutos, tomaban unos tragos y volvían a la pista de baile. En una de esas rondas, me atreví a mirar los ojos de Andrés: su mirada fue extraña, una mezcla de satisfacción reprimida, con algo de temor y cuestionamiento. Al igual que el vino que iba pasando, la mirada de Andrés se esfumó de mi perspectiva dejando un ligero sabor a "aceptación". Había aceptado el intercambio, al menos por esa noche.
De mi novia no me preocupaba, en realidad siempre quiso estar con Andrés, toda mi preocupación se enfocaba en Gloria. Hasta ese momento, habíamos conversado bien, tan bien, pero sin salirnos del horrendo cuadro de la amistad. No le había lanzado algún tipo de indirecta como por ejemplo, "¿qué te parece si dejamos a esos dos y nos vamos por ahí?", un minuto, eso no hubiese sido nada indirecto, o bueno, algo por el estilo. Mientras pensaba en qué decirle, mil ideas pasaban por mi mente, el 90% de ellas, indicaba que estaba prácticamente solo, en un bar, junto a la chica que más había deseado en toda mi vida. Es que, de verdad, era tan bella, tan deseable, tan codiciable, apetecible. Me di por caso perdido cuando la "nueva pareja" volvió, y esta vez definitivamente, de la pista de baile, cansados como si hubiesen tenido dos horas de sexo duro, y dispuestos a recuperar el terreno que habían abandonado temporalmente.
Lo último que me llevé de esa noche, fue la mirada de Gloria. ¿Cómo interpretar una mirada así?, pensé que tenía un ego ilimitado, pero tardé mucho en procesar esos ojos que me observaban mientras Andrés, ya pasado de tragos y sudando, le besaba las mejillas, el cuello, la boca. Mi novia no tardó en imitar esa insegura actitud, mi plan había fracasado, sabía que esa noche le haría el amor a una mujer que no sería Gloria, pero su mirada siguió dando vueltas en mi irreflexiva cabeza.
Después de esa noche, no volví a ver a Andrés sino en diez meses, a Gloria también. Durante ese tiempo, yo había terminado abruptamente mi relación. Creo que está demás decir que no amaba a aquella chica, que hasta cruelmente utilicé a fin de conseguir mis fríos objetivos. Tenía cuatro meses de soltero, cuatro meses sin hacer más que trabajar, estudiar, salir con amigos, emborracharme, leer, masturbarme y repetir el proceso. Sabía mediante amigos que a Andrés le iba cada vez mejor con Gloria, a tal punto que se hablaba de un posible matrimonio, bien custodiado por un interesante plan de negocios que ambos llevarían a cabo. ¿Debía alegrarme?, lejos de eso, mi envidia hacia Andrés había crecido. Sí, ya sé que eso no hacen los amigos, pero desde el principio les advertí que aquí no encontrarían buenos ejemplos de moralidad y buenas costumbres (creo que esas palabras las he repetido ya varias veces. En fin). Les deseaba el mal a toda costa: que terminen, que ella descubra alguna infidelidad, que corroborara mi antigua teoría sobre su homosexualidad, que le de chancro, que se olviden del matrimonio y tanta estupidez junta. Que se dé cuenta de que aún hay tiempo para pasarla bien, para divertirse, para ejecutar y hacer realidad sus ocultas fantasías. Un momento, ¿eso quería yo?, ¿ser su juguete sexual?, figúrense que aún no puedo responder esa pregunta.
No tardé mucho en idear un nuevo plan para apoderarme de Gloria. ¿Cuál era ese plan?, simple, esperar lo que le tocaría vivir a Andrés. Sabía que dentro de poco ascendería a un puesto, el cual él se moría por tener desde hacía mucho tiempo. Aquel puesto implicaba viajes y estancias prolongadas tanto en provincias como en el extranjero. Esa sería mi oportunidad. Pero tenía que resembrar la semilla, hacer que se repitiera aquella mirada del bar, pero esta vez no detenerme hasta poseerla y hacerle olvidar a Andrés. Ese día llegó seis meses después. Sí, esperé mucho a Gloria.
Una vez iniciados los viajes de Andrés, y con ellos mi esperada puerta libre para conquistar a Gloria, sucedió algo sumamente extraño. Ya en la esquina de mi casa, a punto de tomar el taxi para ir a buscarla al trabajo (era el único dato certero que tenía de ella), me empecé a sentir mal. Sí, mal. Un retortijón me detuvo, pero no era cualquier retortijón, era el retortijón al que muchos llaman "cargo de conciencia".
Así es, yo, abyecto, calculador, sintiéndome mal por traicionar a un amigo. Una fortísima parte de mí, me llevó de regreso a casa, sin dar lugar a algún giro inesperado de maligna voluntad. Sólo caminaba y caminaba, mi casa estaba a pocos metros, mi puerta se apareció ante mis ojos, saqué la llave casi temblando, la metí en la ranura, y entonces...
Quizás no me crean lo que les diré. Podría sonarles trillado, absurdo, hasta utópico, algo propio de una película pornográfica de bajo presupuesto, pero cuando sentí esos dedos perfectos tocando mi hombro derecho, supe que quizás, esa noche y sólo por esa noche, mi vida tomaría algún sentido.
Gloria ya estaba conmigo, en la puerta de mi casa, mirándome fijamente con esos hermosos ojos que, desde luego, eran expertos en enloquecer a cualquier hombre que se dijera cuerdo. Sólo atiné a mirarla mientras pude, y hacerla pasar sin decirle una sola palabra. Ya dentro, las cosas se pusieron algo tensas. Por su lado, se notaba claramente que ella esperaba que yo diera el segundo paso, es decir, lanzarme, romperle el pequeño y excitante polo celeste que llevaba puesto, bajarle los pantalones y, finalmente, hacerla mía. Por mi lado, mi personalidad calculadora no definía con exactitud lo que realmente buscaba Gloria llegando hasta mi casa. No podía asegurar que quería sexo, tampoco lo podía negar. Sólo sé que ella esperaba algo, ¿el segundo paso?, aún no lo creía. Así que iniciamos una conversación. Seguimos los parámetros básicos de los amantes. En ese momento no me sentí el autor intelectual de un burdo suceso sin consecuencias garrafales, sino un simple idiota que ahora no sabía que hacer con tremenda mujer frente a él.
- "¿Hola?" - dijo ella, entre risas.
- "Hola" - dije yo, nervioso como debutante.
- "¿No me dirás nada más, verdad?"
- "¿Qué esperas que te diga?, me has sorprendido."
- "Entonces, ¿me voy?, ¿te incomodo?"
- "No, sólo dije que me has sorprendido. No quiero que te vayas."
- "¿No te gustaría saber por qué estoy aquí?"
Para ese momento, ya estaba absolutamente excitado, con todo lo que eso implica. Sin embargo, traté de no demostrarlo, por lo que le propuse sentarnos en los muebles. Con una buena cruzada de piernas, no se notaría el bulto que llevaba alojado entre las piernas. ¿Les tengo que decir que ella ya lo había notado, y hacía buen rato ya?
- "Te noto distante, ¿por qué no te sientas conmigo en el sofá?"
- "Gloria, ¿a qué has venido?, esa es la pregunta que sigue, ¿no?"
Tras reírse de manera inclemente durante varios segundos, ella insistió en que debía sentarme a su lado, en el sofá, el cual tenía tres espacios. Apenas me iba parando, ella tomó el asiento del medio. No quería que me escapara. Pero yo tampoco quería escapar, aunque aún seguía incrédulo ante tal maravillosa realidad. Accedí a su pedido.
- "Pues, vine por algo de buena compañía. Eso es todo."
- "¿Eso es todo?, y, ¿por qué esa acotación?"
- "Pensé que eras una persona inteligente. No me decepciones."
- "Soy muy inteligente, pero eso no significa que deba entender todo lo que me digas."
- "¿Quieres que sea explícita?, ¿quieres acabar con el juego?, y yo que me estaba divirtiendo. Sobre todo con tus planificaciones, según tú, indescifrables."
Un momento, ¿"planificaciones indescifrables"?, ¿acaso ella...?
- "No sé de qué estás hablando."
- "Al principio te consideré un patán, por sacrificar a tu propia novia con tal de llegar a mí ..."
- "Basta."
- "Pero, con el pasar del tiempo, me fui dando cuenta que fue el gesto más sincero y arriesgado que un hombre habría hecho por mí."
- "Sigo sin entenderte."
- "Andrés no hubiera sido capaz de sacrificar algo preciado por mí. No lo hizo tampoco con su nuevo puesto de trabajo, a pesar de que se lo pedí innumerables veces."
- "..."
- "Eso sólo quiere decir una cosa."
- "¿Qué cosa?"
- "Que si tú y Andrés estuvieran en las mismas condiciones, y ambos quisieran llegar a mí desde un mismo punto de partida...”
- "¿Por qué te callaste?, sigue."
- "Tú serías capaz de sacrificar más cosas por mí. Y por lo tanto tendrías más posibilidades de tenerme."
- "Pero son sólo posibilidades, ¿verdad?, al final podrías terminar estando con él, de todas formas."
- "Acabas de confirmarme que eres muy inteligente."
- "No es necesario que me sigas alabando. No importa lo que yo haga, tú no quieres nada conmigo, a lo mucho me ganaré tu respeto como competidor, pero es otra cosa lo que buscas y por lo tanto sería siempre el perdedor. En ese caso, creo que no deberías estar aquí."
- "¿Y así nada más, te rindes?"
¿Qué pretendía Gloria?, acababa de desenmascararme con tosca y sensual elegancia, desnudando mis intenciones que, hasta ese momento, consideraba ocultas e imposibles de vislumbrar. Una cosa me había quedado clara, ella era más lista que yo. Muchísimo más lista. Lo que estaba por aclarar, era lo que pasaría esa noche. Alguien tenía que poner ese punto de quiebre entre una pelea segura, ocasionada por un encuentro de pasión y capricho, o una caprichosa noche apasionada.
- "Demasiada charla por hoy. Creo que está todo claro. Viniste a burlarte de mí y lo conseguiste. Acepto todo lo que dijiste. Mi ego está por los suelos, ¿algo más que quieras decir o saber?"
- "Sí, que hueles muy bien. ¿A dónde te ibas?"
- "Creo que no tiene sentido seguir mintiendo. Iba a buscarte a tu trabajo."
- "¿En serio?, ¿para qué?"
- "Para cualquier cosa menos para hacer lo que estamos haciendo ahora."
- "¿Ibas a tomarme por sorpresa e invitarme un trago?"
- "Claro que no."
- "Y, ¿por qué?, hubiera sido genial. Me hubiese sentido como esas divas de las películas" - Decía esto mientras se acercaba a mí.
- "Gloria, tú ya eres una diva".
- "Verborrea de barrio. ¿Por qué dices eso?"
- "Debes ser una diva, no hay otra opción. Ninguna mujer había adivinado tan fácilmente mis intenciones. He sido de todo menos evidente. Tú acabas de romper esa teoría sobre mí mismo".
- "Y eso, ¿te gusta?"
- "Sí".
- "¿Te excita?"
- "Seguramente ya lo notaste".
- "¿Qué te parece si olvidamos todo lo conversado, y hacemos de cuenta que soy una prostituta que alquilaste en un night club cualquiera?, ¿estaríamos hablando tanto?"
- "Probablemente sí, pero mientras te quito la ropa y beso tu cuerpo".
- "¿Puedes hablar mientras besas?"
- "¿Lo quieres corroborar?"
- "Sí".
- "¿Y Andrés?"
- "Está con su mejor novia. Su trabajo."
Ya iba tocando con mis manos su hermoso cuerpo. Recorriendo sus senos perfectos y grandes, duros como manzanos. Luego, desabrochando su pantalón.
- "Sabes que esa no es justificación, ¿verdad?"
- "También sé que es tu amigo, y sin embargo ya me estás quitando la ropa."
- "Es que ya no puedo aguantar más".
- "Tranquilo. No quiero que esto dure poco."
- "Durará lo que tenga que durar".
- "Me refiero al sexo".
- "Yo me refiero al tiempo que dures en mi vida".
Acto seguido, le quité el polo, luego el brasier. Ella se encargó de su pantalón, y siguió con mis prendas. En menos de un minuto, ambos estábamos desnudos en mi sofá, a poco de cometer un pecado que muchos consideran imperdonable. Yo les digo, cambiaría el castigo divino correspondiente a todos mis pecados, por el perdón de haberle hecho el amor a Gloria, la novia de mi mejor amigo. Aquella noche, entre la brisa marina y el olor a fluidos prohibidos, ella y yo compartimos algo más que una infidelidad; hicimos una oda al contacto físico más profundo, a la fusión de intimidades, al intercambio de sudor. Mi sofá terminó mojado, debido a los distintos líquidos que absorbió, cada uno más incesante que el otro. Sus piernas sobre mis hombros, reflejados en aquel espejo de la sala, se convirtieron en la postal del momento. Algo que ni en estos momentos tragi-gloriosos puedo sacarme de la maldita cabeza.
Andrés regresaría de su viaje en tres días. Largos para él, quizás, para mí y para Gloria, los días se hicieron cortos. Durante ese tiempo, juntos, hicimos de todo un poco. Desde cocinar pastas, hasta nadar de noche en la playa, pasando por leer juntos un libro de Sábato, y excitándonos hasta de la nada. Terminados los tres días, Gloria volvía con Andrés y nuestras vidas siguieron su curso usual. Y lo mismo cada vez que mi amigo viajaba. A veces se iba por una o dos semanas enteras. Entonces, Gloria y yo, intentábamos acentuar nuestros pecados. Viajamos al interior en tres oportunidades. En cada sitio donde parábamos, decíamos que éramos una pareja recién casada. Las gentes de esos lugares nos creía, nos veían felices, nos felicitaban, saludaban y adulaban. Nos reíamos de todo eso y no hablábamos nunca de lo que realmente estaba sucediendo. No faltaban las pequeñas peleas por desacuerdos infatuados, pero las terminábamos con toques de dulzura y, posteriormente, con vibrante y duro sexo; cual si el mundo fuera a acabarse segundos antes de cada orgasmo a experimentar. Andar con Gloria, a cualquier lugar, era simplemente eso, la gloria. No me había equivocado al elegirla como objeto de pecado. Porque fue mi pecado más rico, más emocionante y del cual, finalmente, me terminé enamorando.
Así pasaron ocho meses y medio. No, no vayan a pensar que fui padre. Por cierto, ¿siguen leyendo el relato?, ¿quieren que lo termine de una vez?, lamento decepcionarlos, pero el fin de mi historia no lo encontrarán aquí. Prosigo. Casi nueve fueron los meses en los que fui el amante fiel de Gloria. Porque, eso sí, no andaba con más mujeres. Alejé a todas mis amigas, con tal de servirle sólo a ella. Nunca me lo pidió, la decisión fue voluntariamente mía. Quizás la tomé porque quería vivir a Gloria en plenitud, sin pensar en otros cuerpos. ¿Y cuando Andrés regresaba de sus viajes?, al principio fue un infierno saber que Gloria se debía sólo a él cuando estaba en la ciudad, pero con el pasar del tiempo lo fui asumiendo, hasta que me acostumbré. Aún cuando sabía que Gloria estaba con Andrés, seguramente teniendo noches ardientes, no me daban ganas de estar con otras mujeres. Por eso digo que fui su amante fiel. Ahora ya pueden ir juzgando. Aunque creo que ya lo han estado haciendo desde hace bastante tiempo.
¿Cuándo se cagó todo?, muy simple. Una mentira no se puede ocultar tanto tiempo. Por eso evitaba ver a Andrés, aunque él usualmente me llamaba para salir y tomar unos tragos. Me hablaba siempre de su trabajo, sin descuidar sus aires de político frustrado, su moralidad y sus buenas costumbres ¿cuántas veces vengo mencionando estas palabras?). Presumía haber sido asediado por cientos de mujeres en cada lugar al que viajaba, pero que nunca, jamás, sería capaz de serle infiel a Gloria, según él, la mujer de su vida. Salir con mi amigo, mientras sólo yo y su futura esposa sabíamos que era un cornudo, era incómodo hasta para mi cinismo. Así que no se me ocurrió mejor idea que hacer que se entere. ¿Decírselo yo mismo?, ni a palos. Tenía que volver a calcular una idea que consiga dos objetivos: el primero, desengañar a Andrés, después de todo, no se merecía tal maltrato. ¿O sí? Y segundo, tener a Gloria para mí solo, aunque, claro, en un principio hacerme el dolido, ¿me creería?
Para eso volví a requerir de la ayuda, esta vez voluntaria y consciente, de una tercera persona. Gloria tendría un "admirador secreto". El tipo que contraté era el amigo de un amigo que ni Andrés ni Gloria conocían. Un hombre pequeño, feo y sin mayores atributos mentales. Lo escogí así para evitar que, en el caso de que se enamorase de Gloria, tenga alguna oportunidad con ella. Su misión era sencilla, debía acosarla, y provocar que Andrés se entere de ello. Al principio le mandaba rosas y pequeños mensajes en forma de dedicatoria, con firma de "anónimo". Como era de esperarse, Gloria no me comentó absolutamente nada sobre el asunto, aunque, astuta como ella sola, trató de sorprenderme una vez, preguntándome si yo sería capaz de celarla a tal punto de hacerse pasar por una persona "x" para probar su, lógicamente, inexistente fidelidad. Subestimó mi capacidad para mentir.
Pasadas dos semanas, el supuesto acosador, bajo mis órdenes, sería encomendado a entregarle a Gloria un texto escrito por mí. El texto era de corte romántico, lindando con lo cursi. Había dos copias. Una de ellas, sería para Gloria, y la otra para Andrés. La idea era que Andrés pensara que Gloria tenía algo real con el tipo. Ya imaginaba su ego destrozado, imaginándose a su bella mujer, sobre las piernas de ese pigmeo de rostro accidentado. Conociendo a Andrés, sabía que sería incapaz de cometer alguna locura, producto de los celos. No sería capaz de hacerle nada al enano, mucho menos a la misma Gloria. Lo único que haría, según mis cálculos, sería tomar y emborracharse todas las noches, durante uno o dos meses, y luego seguir su exitosa vida habitual.
Gloria recibió el primer texto, a manos de propio acosador. Increíblemente, según el tipo, lo recibió y le agradeció con un beso en la mejilla, diciéndole que se sentía halagada, pero que era una mujer comprometida. Y yo que pensaba que lo mandaría a los santos demonios. En fin. Eso no alteraba mi plan principal. Esperé a que Andrés viajara una vez más. Una vez en la casa de Gloria (creo que no mencioné que no sólo fornicábamos en mi casa, sino también en la casa que compartía con Andrés), busqué el texto. Tal y como lo planeé, lo tenía guardado en uno de sus cajones personales. Lo único que hice fue tomarlo y hacerme el celoso, reclamar e insultarla. Ella lo tomó con calma. Agarró el papel y lo rompió en mis narices. Luego, me increpó por revisar sus cosas personales. Tras la pelea, me botó de su casa. Fue un pequeño sacrificio para lo que vendría.
La última función del pigmeo, fue recrear la salida de una supuesta visita sexual a la casa de Gloria y Andrés. Hice que caminara por esa calle, de modo tal que se reconocieran tanto la puerta principal de esa casa, como las demás casas aledañas. Tomé las respectivas fotografías. Andrés tendría que creerme. Posteriormente, quedaría como el héroe que trató de salvar a su amigo del horrendo peso de los cuernos.
En el mismo aeropuerto, intercepté a mi amigo. Le di las fotos del tipejo, "saliendo" de la casa que compartía con Gloria, y luego le dije que lo había agarrado a golpes, arrebatándole un texto de amor, que no era otra cosa que la copia del mismo texto que Gloria había recibido, y roto en mis narices. Andrés se horrorizó, no tanto de la evidente infidelidad, sino de la horripilante figura del supuesto "amante". El texto no lo leyó delante de mí, prefirió guardarlo y leerlo solo, en el hotel donde se hospedaría, puesto que había decidido no ir a su casa, para evitar todo contacto con Gloria. Me abrazó y me agradeció el favor que le hice al "abrirle los ojos". Tomó un taxi y partió rumbo a su hotel. Yo decidí buscar un restaurante en el aeropuerto y tomarme un café, mientras oía a los aviones llegar y levantar vuelo. Señal de un triunfo inminente. Pronto, muy pronto, Gloria sería mi mujer, sólo mía y de nadie más.
Tal y como yo lo había intuido, y planeado, Andrés no se aguantó y llamó a Gloria, absolutamente indignado y con todas las ganas de terminar su relación, insisto, más por ego que por otras cuestiones. Además, le sacó en cara el texto amoroso que el horripilante amador le habría escrito a la infiel mujer. Gloria no tuvo otra opción que confesar. Admitió que recibió el texto por amabilidad, pero agregó que lo rompió. Que no sabía de dónde había salido ese admirador, y que no entendía cómo podía tener el texto en sus manos, si es que ya estaba hecho pedazos en el basural de la ciudad. Eso generó una sensación aún más grande de que Gloria, en realidad, engañaba a Andrés, y es que así fue. A fin de cuentas, ella lo engañaba, no con ese monstruo retaco, sino conmigo, un amigo en el que Andrés confiaba ciegamente.
En conclusión: Andrés estaba furioso y además indignado por la serie de mentiras que notaba, ahora, de su otrora e impecable amada. Odió a Gloria con todas sus fuerzas y juró venganza. ¿Cómo sé todo esto?, porque me llamó segundos después de su acalorada discusión. Le dije que se calmara, que ya encontraría otra, y que esa tonta no sabe de lo que se pierde. Gloria no me llamó nunca más.
Fue a los dos días, cuando la llamé, esperando a que las aguas se hayan calmado, cuando me di cuenta de que algo malo estaba sucediendo. Algo malo y fuera de lo planeado. Andrés volvió a viajar por trabajo, o al menos eso creí en ese momento, por lo que decidí buscar a Gloria. Conociendo lo lista que era, seguramente ya habría concluido que fui yo el que, una vez más, planeó todo a mi favor. Esperaba una reacción coherente con lo que me dijo esa noche en mi casa. Quería que sepa que mi último gran sacrificio, fue el de perder a mi mejor amigo con tal de tenerla sólo para mí. Quería hacerle el amor para celebrar ese suceso. Ya me la imaginaba, gozosa y caliente, riéndose de por fin haberse desecho de ese gran estorbo con el que pensaba casarse y formar una farsante familia.
Toqué su timbre y puerta unas treinta veces cada una, pero no respondía. Me di cuenta que su puerta no estaba asegurada, así que forcejeé lo necesario para entrar. Estaba desesperado, desesperado por ver su reacción ante tal actitud mía. Quizás la excite hasta el forcejeo, pensé. Una vez adentro, me quité la camisa y la busqué en su habitación. Mi excitación cambió a horror de un momento a otro.
Ya no era Gloria, sino partes de Gloria, repartidas por todo el lugar. Su pierna derecha estaba sobre el televisor, su pierna izquierda estaba al costado de la cama. Sus brazos, cruzados, haciendo una "x", sobre su mesa de noche. Su torso, portador de sus hermosos senos, y el resto de su tórax, estaban de espaldas sobre la cama, tapados con una sábana que en algún momento habría sido blanca testigo de nuestro más apasionante sexo, y que ahora lucía una roja y espesa apariencia, la roja y espesa apariencia de la muerte.
La cabeza de Gloria estaba sobre la almohada. Fue lo primero que vi. Hasta le sonreí, pensando que lo demás era una cruel broma de su parte. Su rostro estaba golpeado y lívido. Y su boca tenía algunas gotas de semen. Así de horrible como lo escribo, así de horrible lo viví, y la verdad siento que estoy quedando corto en comparación al suceso que estoy narrando. No sé si entiendan que en este momento sigo experimentando un estado de shock, que más bien, lejos de generar en mí alguna otra sensación de desaparecer, ha creado la lucidez necesaria para contarles esta historia. Diré, por segunda vez, que pueden juzgarme ahora. Pensar de mí lo que ustedes quieran. Sobre todo de lo idiota que soy. Sí, soy un idiota. A que no saben qué es lo que le falta a este relato. ¿Lo adivinan?
Sí, soy un perfecto idiota. Por si no lo recuerdan, se los diré: yo instruí a Andrés, ¿ya recordaron?, en cierto modo, Andrés fue mi alumno. Y en un determinado momento, le enseñé a escribir prosa y algo de poesía. Alguna vez, Andrés, mi amigo y alumno, con aires de político frustrado y una extraña fascinación por la moralidad y las buenas costumbres, leyó mis textos, los memorizó, e intentó escribir como yo. El texto que le escribí a Gloria era muy similar a aquellos textos que le enseñaba a Andrés, para que así aprenda a escribir prosa romántica - "Con esto conquistarás muchas chicas, Andrés", le decía. Nunca pensé que ese aprendizaje serviría para acabar con mi propia vida.
La llamada que recibí hace unos minutos fue de Andrés. Me dijo, muy tranquilo, que él había asesinado a Gloria, y que ya sabía dónde estaba hospedado. Que venía por mí. ¿Y yo?, no pienso seguir escapando. Siento que este castigo, que está por caer encima de mí, es el más justo, considerando que yo cambié, muy consciente de ello, todos los castigos que me tocaran por el premio de tener a Gloria. Y la tuve tantas veces como quise, mas no las suficientes. Si de algo he de quejarme, es que Andrés me le quitó muy rápido y para siempre, pero no tengo nada más que reclamar.
En estos momentos ya debería estar muerto. Seguro sabrán de mí en las noticias de mañana o pasado mañana. Pero quiero que sepan, no me arrepiento de nada, en lo absoluto. Es más, hay algo que no les dije. Lo más interesante de haber pecado, junto a Gloria, es que, al haber cometido ambos los mismos pecados, quizás vayamos al mismo lugar. Así que, ya en el infierno, me la volveré a encontrar, y haré de todo para tenerla nuevamente, ya lejos de Andrés, lejos de la moralidad y las buenas costumbres, lejos de los deseos prohibidos, lejos de esta sociedad tan inexpugnable y cínica. No hay plan perfecto ni cuerpo que lo resista, por más que el cuerpo sea tan perfecto como el de Gloria - perdonen esta última reflexión, es que sigo excitado, pensando en ella.
Finalmente, suena la puerta de mi habitación de hotel.
Ahora es el momento, júzguenme, pero, por favor, déjenme desaparecer.
¿Siguen aquí?, entonces prosigo.
Mi nombre es Nicolás, e hice lo que ningún hombre, que se autoproclame "leal", debería hacer. Sí, ya van adivinando, además el título del relato es clarísimo. Sólo les pido que no me juzguen sino después de haber leído toda la historia.
¿Pueden hacer eso?, gracias.
Mi amigo se llama Andrés, es un chico bien parecido, que conocí hace diez años en el cumpleaños de alguien "x". Al principio me caía mal, muy mal. Tenía unos aires increíbles de político frustrado. En lugar de hablar de fútbol o de trabajo, se la pasaba dando discursos de moralidad y buenas costumbres. Cuando le pregunté si había leído a Carreño, me di con la sorpresa de que era muy empírico. Eso tiene su mérito, pero hace diez años yo pensaba que aquellas personas no informadas no tenían derecho a alzar la voz. Se lo dije y fue como una declaración de guerra.
Como suele ocurrir, mis enemigos se convierten en mis amigos en poco tiempo, y así fue. En cierto modo, instruí a Andrés, para que deje de ser empírico, y de paso aprendí a expresarme como político frustrado. Créanlo, a veces funciona. Pasaron rápidamente dos años, en los cuales siempre creí subterráneamente que Andrés era homosexual. No lo veía con chicas, apenas y me comentaba sobre una que otra galifarda que se nos aparecía por la calle, en algún bar o en nuestros centros de estudio. Yo, en cambio, me vanagloriaba de ser el "experimentado" del dúo. Cuando no tenía historias amorosas que contar, las inventaba para que él pensase que siempre conozco chicas y me suceden cosas con ellas. Él me creía. Se volvió mi amigo incondicional.
A veces no podía evitar ser realista con mi vida lúgubre, y aunque nunca le solté lágrimas, le conté de algunas situaciones que realmente me pasaban, obviamente cosas no tan alegres como acostarme con chicas lindas. De esa forma, ya confiando en él, yo también me convertí en su amigo.
Pasaron dos años más, entonces llegó un cumpleaños mío. Amigos, "amigos", compañeros, enemigos, todos tomando licor en mi sala, y apareció Andrés, con una chica preciosa. Inmediatamente, todos los presentes en la sala viraron hacia su presencia, él se ruborizó, un rato después me preguntó si le gustaba cómo se había vestido, pensó que los que estaban en la reunión se impresionaron por su apariencia. Qué ignorante puede ser Andrés, a veces.
Gloria era el nombre de la chica con la que Andrés llegó a mi casa en aquel verano. Mejor nombre no podía tener: Gloria, la gloria personificada en un cuerpo de majestuosas y simétricas turgencias, hermoso y provocador rostro, cabello crespo de color encendido y una mirada que destriparía sexualmente al más santurrón. Fue la reina de la noche en mi cumpleaños, aunque nadie se atrevió a sacarla a bailar, víctimas de la moralidad y las buenas costumbres. Yo lo pensé innumerables veces, pero me detenía el hecho de que mi novia, siempre consciente de mis posibles desbordes emocionales, no soltó mi mano en prácticamente toda la noche. Además, me exigió que Andrés presentara "en sociedad" a Gloria. Entonces salió otra vez el político frustrado. Aburrimiento extremo.
Los días pasaron lentamente mientras me obsesionaba con la idea de que Andrés, aquella empírica persona que instruí con tanto afán, tenía una novia más bella que la mía. Y no sólo eso. Aquella chica, que hasta ese momento no me había dirigido la palabra, apenas una mirada de "así que eras tú su mejor amigo", era víctima de mis más pervertidas y solitarias alucinaciones. No despertaba un sólo día sin haber soñado con ella, empapado en mis propias pegajosas y sucias ideas. Entonces iba al baño, me lavaba el rostro y trataba de quitármela de la mente. El trabajo debía ayudar, al igual que los estudios, pero fue en vano. Bajé mi producción en la empresa donde laboraba, mientras que, en la universidad, mis calificaciones bajaron considerablemente. Gloria había tomado posesión de mis ideas, lo único que tengo tras la ausencia de corazón.
Tomé, entonces, una decisión que creí sería la mejor. Debía conocer a Gloria. Pero Andrés, fiel a su estilo, y entonces entendí el porqué de no haberle visto chica alguna durante años, era hermético con respecto a ella. Las clásicas "saliditas" en pareja no eran lo mío, eso lo sabía Andrés, pero subestimé su inteligencia sugiriéndole que quizás debamos salir los cuatro. De inmediato él se preguntó el porqué. Lógicamente no le diría la verdad. Intenté convencerlo por el lado de las chicas. Ellas quizás quieran conocerse, a lo mejor. Total, ellas eran "normales", querían hacerse amigas, o eso quería creer.
Finalmente, aceptó la invitación. Una noche de esas, salimos las dos parejas, en busca de un lugar donde poder tomarnos unos tragos. Andrés y yo, sin coordinarlo previamente, coincidimos en que ese bar debía ser uno que no frecuentemos. Caímos en un antro barranquino. El resultado fue que tanto Gloria como mi novia se hicieron muy amigas, mientras que Andrés y yo casi no intercambiamos palabras. Algo raro sucedía. ¿Sospechaba?, ¿ustedes qué creen?, pues, ¡claro que no!, pero el escote que había llevado mi novia resultó a la perfección, Andrés se había quedado embelesado con sus tremendos pechos, cumpliéndose algo muy cierto que alguna vez me dijo un anciano: "Uno siempre ve mejor lo que no tiene que lo que tiene". Santa verdad, pues. Recuerden, estaba obsesionado con Gloria, alguien tenía que ser sacrificado.
Vale decir que mi novia no sospechaba de mis planes, pero Andrés era, como dije antes, bien parecido, sinceramente mucho más guapo que yo, un manjar irresistible para muchas chicas, sin excluir a mi adorada novia de ese entonces. Sólo fue cuestión de tiempo para que ambos salgan a la pista de baile, dejándome a mí a solas con Gloria. El plan había funcionado. ¿Y ahora?, ¿qué hacer?, ¿qué preguntarle?, ¿cómo llegar a los trasfondos de su regazo sin pasar antes por la conquista de su desconocido corazón?, ¿haría bien en asumir que ella se sentía cómoda de estar a solas conmigo, mientras su novio bailaba con tremendo escote?, pues, no sabría cómo explicarlo con exactitud. Quizás sea que lo que Dios no me dio en belleza, me lo dio en otras cosas, como por ejemplo la desfachatez. En pocos minutos, Gloria y yo hablábamos de manera amena, sin preocuparnos por nuestras parejas, que dicho sea de paso, llegaban cada veinte minutos, tomaban unos tragos y volvían a la pista de baile. En una de esas rondas, me atreví a mirar los ojos de Andrés: su mirada fue extraña, una mezcla de satisfacción reprimida, con algo de temor y cuestionamiento. Al igual que el vino que iba pasando, la mirada de Andrés se esfumó de mi perspectiva dejando un ligero sabor a "aceptación". Había aceptado el intercambio, al menos por esa noche.
De mi novia no me preocupaba, en realidad siempre quiso estar con Andrés, toda mi preocupación se enfocaba en Gloria. Hasta ese momento, habíamos conversado bien, tan bien, pero sin salirnos del horrendo cuadro de la amistad. No le había lanzado algún tipo de indirecta como por ejemplo, "¿qué te parece si dejamos a esos dos y nos vamos por ahí?", un minuto, eso no hubiese sido nada indirecto, o bueno, algo por el estilo. Mientras pensaba en qué decirle, mil ideas pasaban por mi mente, el 90% de ellas, indicaba que estaba prácticamente solo, en un bar, junto a la chica que más había deseado en toda mi vida. Es que, de verdad, era tan bella, tan deseable, tan codiciable, apetecible. Me di por caso perdido cuando la "nueva pareja" volvió, y esta vez definitivamente, de la pista de baile, cansados como si hubiesen tenido dos horas de sexo duro, y dispuestos a recuperar el terreno que habían abandonado temporalmente.
Lo último que me llevé de esa noche, fue la mirada de Gloria. ¿Cómo interpretar una mirada así?, pensé que tenía un ego ilimitado, pero tardé mucho en procesar esos ojos que me observaban mientras Andrés, ya pasado de tragos y sudando, le besaba las mejillas, el cuello, la boca. Mi novia no tardó en imitar esa insegura actitud, mi plan había fracasado, sabía que esa noche le haría el amor a una mujer que no sería Gloria, pero su mirada siguió dando vueltas en mi irreflexiva cabeza.
Después de esa noche, no volví a ver a Andrés sino en diez meses, a Gloria también. Durante ese tiempo, yo había terminado abruptamente mi relación. Creo que está demás decir que no amaba a aquella chica, que hasta cruelmente utilicé a fin de conseguir mis fríos objetivos. Tenía cuatro meses de soltero, cuatro meses sin hacer más que trabajar, estudiar, salir con amigos, emborracharme, leer, masturbarme y repetir el proceso. Sabía mediante amigos que a Andrés le iba cada vez mejor con Gloria, a tal punto que se hablaba de un posible matrimonio, bien custodiado por un interesante plan de negocios que ambos llevarían a cabo. ¿Debía alegrarme?, lejos de eso, mi envidia hacia Andrés había crecido. Sí, ya sé que eso no hacen los amigos, pero desde el principio les advertí que aquí no encontrarían buenos ejemplos de moralidad y buenas costumbres (creo que esas palabras las he repetido ya varias veces. En fin). Les deseaba el mal a toda costa: que terminen, que ella descubra alguna infidelidad, que corroborara mi antigua teoría sobre su homosexualidad, que le de chancro, que se olviden del matrimonio y tanta estupidez junta. Que se dé cuenta de que aún hay tiempo para pasarla bien, para divertirse, para ejecutar y hacer realidad sus ocultas fantasías. Un momento, ¿eso quería yo?, ¿ser su juguete sexual?, figúrense que aún no puedo responder esa pregunta.
No tardé mucho en idear un nuevo plan para apoderarme de Gloria. ¿Cuál era ese plan?, simple, esperar lo que le tocaría vivir a Andrés. Sabía que dentro de poco ascendería a un puesto, el cual él se moría por tener desde hacía mucho tiempo. Aquel puesto implicaba viajes y estancias prolongadas tanto en provincias como en el extranjero. Esa sería mi oportunidad. Pero tenía que resembrar la semilla, hacer que se repitiera aquella mirada del bar, pero esta vez no detenerme hasta poseerla y hacerle olvidar a Andrés. Ese día llegó seis meses después. Sí, esperé mucho a Gloria.
Una vez iniciados los viajes de Andrés, y con ellos mi esperada puerta libre para conquistar a Gloria, sucedió algo sumamente extraño. Ya en la esquina de mi casa, a punto de tomar el taxi para ir a buscarla al trabajo (era el único dato certero que tenía de ella), me empecé a sentir mal. Sí, mal. Un retortijón me detuvo, pero no era cualquier retortijón, era el retortijón al que muchos llaman "cargo de conciencia".
Así es, yo, abyecto, calculador, sintiéndome mal por traicionar a un amigo. Una fortísima parte de mí, me llevó de regreso a casa, sin dar lugar a algún giro inesperado de maligna voluntad. Sólo caminaba y caminaba, mi casa estaba a pocos metros, mi puerta se apareció ante mis ojos, saqué la llave casi temblando, la metí en la ranura, y entonces...
Quizás no me crean lo que les diré. Podría sonarles trillado, absurdo, hasta utópico, algo propio de una película pornográfica de bajo presupuesto, pero cuando sentí esos dedos perfectos tocando mi hombro derecho, supe que quizás, esa noche y sólo por esa noche, mi vida tomaría algún sentido.
Gloria ya estaba conmigo, en la puerta de mi casa, mirándome fijamente con esos hermosos ojos que, desde luego, eran expertos en enloquecer a cualquier hombre que se dijera cuerdo. Sólo atiné a mirarla mientras pude, y hacerla pasar sin decirle una sola palabra. Ya dentro, las cosas se pusieron algo tensas. Por su lado, se notaba claramente que ella esperaba que yo diera el segundo paso, es decir, lanzarme, romperle el pequeño y excitante polo celeste que llevaba puesto, bajarle los pantalones y, finalmente, hacerla mía. Por mi lado, mi personalidad calculadora no definía con exactitud lo que realmente buscaba Gloria llegando hasta mi casa. No podía asegurar que quería sexo, tampoco lo podía negar. Sólo sé que ella esperaba algo, ¿el segundo paso?, aún no lo creía. Así que iniciamos una conversación. Seguimos los parámetros básicos de los amantes. En ese momento no me sentí el autor intelectual de un burdo suceso sin consecuencias garrafales, sino un simple idiota que ahora no sabía que hacer con tremenda mujer frente a él.
- "¿Hola?" - dijo ella, entre risas.
- "Hola" - dije yo, nervioso como debutante.
- "¿No me dirás nada más, verdad?"
- "¿Qué esperas que te diga?, me has sorprendido."
- "Entonces, ¿me voy?, ¿te incomodo?"
- "No, sólo dije que me has sorprendido. No quiero que te vayas."
- "¿No te gustaría saber por qué estoy aquí?"
Para ese momento, ya estaba absolutamente excitado, con todo lo que eso implica. Sin embargo, traté de no demostrarlo, por lo que le propuse sentarnos en los muebles. Con una buena cruzada de piernas, no se notaría el bulto que llevaba alojado entre las piernas. ¿Les tengo que decir que ella ya lo había notado, y hacía buen rato ya?
- "Te noto distante, ¿por qué no te sientas conmigo en el sofá?"
- "Gloria, ¿a qué has venido?, esa es la pregunta que sigue, ¿no?"
Tras reírse de manera inclemente durante varios segundos, ella insistió en que debía sentarme a su lado, en el sofá, el cual tenía tres espacios. Apenas me iba parando, ella tomó el asiento del medio. No quería que me escapara. Pero yo tampoco quería escapar, aunque aún seguía incrédulo ante tal maravillosa realidad. Accedí a su pedido.
- "Pues, vine por algo de buena compañía. Eso es todo."
- "¿Eso es todo?, y, ¿por qué esa acotación?"
- "Pensé que eras una persona inteligente. No me decepciones."
- "Soy muy inteligente, pero eso no significa que deba entender todo lo que me digas."
- "¿Quieres que sea explícita?, ¿quieres acabar con el juego?, y yo que me estaba divirtiendo. Sobre todo con tus planificaciones, según tú, indescifrables."
Un momento, ¿"planificaciones indescifrables"?, ¿acaso ella...?
- "No sé de qué estás hablando."
- "Al principio te consideré un patán, por sacrificar a tu propia novia con tal de llegar a mí ..."
- "Basta."
- "Pero, con el pasar del tiempo, me fui dando cuenta que fue el gesto más sincero y arriesgado que un hombre habría hecho por mí."
- "Sigo sin entenderte."
- "Andrés no hubiera sido capaz de sacrificar algo preciado por mí. No lo hizo tampoco con su nuevo puesto de trabajo, a pesar de que se lo pedí innumerables veces."
- "..."
- "Eso sólo quiere decir una cosa."
- "¿Qué cosa?"
- "Que si tú y Andrés estuvieran en las mismas condiciones, y ambos quisieran llegar a mí desde un mismo punto de partida...”
- "¿Por qué te callaste?, sigue."
- "Tú serías capaz de sacrificar más cosas por mí. Y por lo tanto tendrías más posibilidades de tenerme."
- "Pero son sólo posibilidades, ¿verdad?, al final podrías terminar estando con él, de todas formas."
- "Acabas de confirmarme que eres muy inteligente."
- "No es necesario que me sigas alabando. No importa lo que yo haga, tú no quieres nada conmigo, a lo mucho me ganaré tu respeto como competidor, pero es otra cosa lo que buscas y por lo tanto sería siempre el perdedor. En ese caso, creo que no deberías estar aquí."
- "¿Y así nada más, te rindes?"
¿Qué pretendía Gloria?, acababa de desenmascararme con tosca y sensual elegancia, desnudando mis intenciones que, hasta ese momento, consideraba ocultas e imposibles de vislumbrar. Una cosa me había quedado clara, ella era más lista que yo. Muchísimo más lista. Lo que estaba por aclarar, era lo que pasaría esa noche. Alguien tenía que poner ese punto de quiebre entre una pelea segura, ocasionada por un encuentro de pasión y capricho, o una caprichosa noche apasionada.
- "Demasiada charla por hoy. Creo que está todo claro. Viniste a burlarte de mí y lo conseguiste. Acepto todo lo que dijiste. Mi ego está por los suelos, ¿algo más que quieras decir o saber?"
- "Sí, que hueles muy bien. ¿A dónde te ibas?"
- "Creo que no tiene sentido seguir mintiendo. Iba a buscarte a tu trabajo."
- "¿En serio?, ¿para qué?"
- "Para cualquier cosa menos para hacer lo que estamos haciendo ahora."
- "¿Ibas a tomarme por sorpresa e invitarme un trago?"
- "Claro que no."
- "Y, ¿por qué?, hubiera sido genial. Me hubiese sentido como esas divas de las películas" - Decía esto mientras se acercaba a mí.
- "Gloria, tú ya eres una diva".
- "Verborrea de barrio. ¿Por qué dices eso?"
- "Debes ser una diva, no hay otra opción. Ninguna mujer había adivinado tan fácilmente mis intenciones. He sido de todo menos evidente. Tú acabas de romper esa teoría sobre mí mismo".
- "Y eso, ¿te gusta?"
- "Sí".
- "¿Te excita?"
- "Seguramente ya lo notaste".
- "¿Qué te parece si olvidamos todo lo conversado, y hacemos de cuenta que soy una prostituta que alquilaste en un night club cualquiera?, ¿estaríamos hablando tanto?"
- "Probablemente sí, pero mientras te quito la ropa y beso tu cuerpo".
- "¿Puedes hablar mientras besas?"
- "¿Lo quieres corroborar?"
- "Sí".
- "¿Y Andrés?"
- "Está con su mejor novia. Su trabajo."
Ya iba tocando con mis manos su hermoso cuerpo. Recorriendo sus senos perfectos y grandes, duros como manzanos. Luego, desabrochando su pantalón.
- "Sabes que esa no es justificación, ¿verdad?"
- "También sé que es tu amigo, y sin embargo ya me estás quitando la ropa."
- "Es que ya no puedo aguantar más".
- "Tranquilo. No quiero que esto dure poco."
- "Durará lo que tenga que durar".
- "Me refiero al sexo".
- "Yo me refiero al tiempo que dures en mi vida".
Acto seguido, le quité el polo, luego el brasier. Ella se encargó de su pantalón, y siguió con mis prendas. En menos de un minuto, ambos estábamos desnudos en mi sofá, a poco de cometer un pecado que muchos consideran imperdonable. Yo les digo, cambiaría el castigo divino correspondiente a todos mis pecados, por el perdón de haberle hecho el amor a Gloria, la novia de mi mejor amigo. Aquella noche, entre la brisa marina y el olor a fluidos prohibidos, ella y yo compartimos algo más que una infidelidad; hicimos una oda al contacto físico más profundo, a la fusión de intimidades, al intercambio de sudor. Mi sofá terminó mojado, debido a los distintos líquidos que absorbió, cada uno más incesante que el otro. Sus piernas sobre mis hombros, reflejados en aquel espejo de la sala, se convirtieron en la postal del momento. Algo que ni en estos momentos tragi-gloriosos puedo sacarme de la maldita cabeza.
Andrés regresaría de su viaje en tres días. Largos para él, quizás, para mí y para Gloria, los días se hicieron cortos. Durante ese tiempo, juntos, hicimos de todo un poco. Desde cocinar pastas, hasta nadar de noche en la playa, pasando por leer juntos un libro de Sábato, y excitándonos hasta de la nada. Terminados los tres días, Gloria volvía con Andrés y nuestras vidas siguieron su curso usual. Y lo mismo cada vez que mi amigo viajaba. A veces se iba por una o dos semanas enteras. Entonces, Gloria y yo, intentábamos acentuar nuestros pecados. Viajamos al interior en tres oportunidades. En cada sitio donde parábamos, decíamos que éramos una pareja recién casada. Las gentes de esos lugares nos creía, nos veían felices, nos felicitaban, saludaban y adulaban. Nos reíamos de todo eso y no hablábamos nunca de lo que realmente estaba sucediendo. No faltaban las pequeñas peleas por desacuerdos infatuados, pero las terminábamos con toques de dulzura y, posteriormente, con vibrante y duro sexo; cual si el mundo fuera a acabarse segundos antes de cada orgasmo a experimentar. Andar con Gloria, a cualquier lugar, era simplemente eso, la gloria. No me había equivocado al elegirla como objeto de pecado. Porque fue mi pecado más rico, más emocionante y del cual, finalmente, me terminé enamorando.
Así pasaron ocho meses y medio. No, no vayan a pensar que fui padre. Por cierto, ¿siguen leyendo el relato?, ¿quieren que lo termine de una vez?, lamento decepcionarlos, pero el fin de mi historia no lo encontrarán aquí. Prosigo. Casi nueve fueron los meses en los que fui el amante fiel de Gloria. Porque, eso sí, no andaba con más mujeres. Alejé a todas mis amigas, con tal de servirle sólo a ella. Nunca me lo pidió, la decisión fue voluntariamente mía. Quizás la tomé porque quería vivir a Gloria en plenitud, sin pensar en otros cuerpos. ¿Y cuando Andrés regresaba de sus viajes?, al principio fue un infierno saber que Gloria se debía sólo a él cuando estaba en la ciudad, pero con el pasar del tiempo lo fui asumiendo, hasta que me acostumbré. Aún cuando sabía que Gloria estaba con Andrés, seguramente teniendo noches ardientes, no me daban ganas de estar con otras mujeres. Por eso digo que fui su amante fiel. Ahora ya pueden ir juzgando. Aunque creo que ya lo han estado haciendo desde hace bastante tiempo.
¿Cuándo se cagó todo?, muy simple. Una mentira no se puede ocultar tanto tiempo. Por eso evitaba ver a Andrés, aunque él usualmente me llamaba para salir y tomar unos tragos. Me hablaba siempre de su trabajo, sin descuidar sus aires de político frustrado, su moralidad y sus buenas costumbres ¿cuántas veces vengo mencionando estas palabras?). Presumía haber sido asediado por cientos de mujeres en cada lugar al que viajaba, pero que nunca, jamás, sería capaz de serle infiel a Gloria, según él, la mujer de su vida. Salir con mi amigo, mientras sólo yo y su futura esposa sabíamos que era un cornudo, era incómodo hasta para mi cinismo. Así que no se me ocurrió mejor idea que hacer que se entere. ¿Decírselo yo mismo?, ni a palos. Tenía que volver a calcular una idea que consiga dos objetivos: el primero, desengañar a Andrés, después de todo, no se merecía tal maltrato. ¿O sí? Y segundo, tener a Gloria para mí solo, aunque, claro, en un principio hacerme el dolido, ¿me creería?
Para eso volví a requerir de la ayuda, esta vez voluntaria y consciente, de una tercera persona. Gloria tendría un "admirador secreto". El tipo que contraté era el amigo de un amigo que ni Andrés ni Gloria conocían. Un hombre pequeño, feo y sin mayores atributos mentales. Lo escogí así para evitar que, en el caso de que se enamorase de Gloria, tenga alguna oportunidad con ella. Su misión era sencilla, debía acosarla, y provocar que Andrés se entere de ello. Al principio le mandaba rosas y pequeños mensajes en forma de dedicatoria, con firma de "anónimo". Como era de esperarse, Gloria no me comentó absolutamente nada sobre el asunto, aunque, astuta como ella sola, trató de sorprenderme una vez, preguntándome si yo sería capaz de celarla a tal punto de hacerse pasar por una persona "x" para probar su, lógicamente, inexistente fidelidad. Subestimó mi capacidad para mentir.
Pasadas dos semanas, el supuesto acosador, bajo mis órdenes, sería encomendado a entregarle a Gloria un texto escrito por mí. El texto era de corte romántico, lindando con lo cursi. Había dos copias. Una de ellas, sería para Gloria, y la otra para Andrés. La idea era que Andrés pensara que Gloria tenía algo real con el tipo. Ya imaginaba su ego destrozado, imaginándose a su bella mujer, sobre las piernas de ese pigmeo de rostro accidentado. Conociendo a Andrés, sabía que sería incapaz de cometer alguna locura, producto de los celos. No sería capaz de hacerle nada al enano, mucho menos a la misma Gloria. Lo único que haría, según mis cálculos, sería tomar y emborracharse todas las noches, durante uno o dos meses, y luego seguir su exitosa vida habitual.
Gloria recibió el primer texto, a manos de propio acosador. Increíblemente, según el tipo, lo recibió y le agradeció con un beso en la mejilla, diciéndole que se sentía halagada, pero que era una mujer comprometida. Y yo que pensaba que lo mandaría a los santos demonios. En fin. Eso no alteraba mi plan principal. Esperé a que Andrés viajara una vez más. Una vez en la casa de Gloria (creo que no mencioné que no sólo fornicábamos en mi casa, sino también en la casa que compartía con Andrés), busqué el texto. Tal y como lo planeé, lo tenía guardado en uno de sus cajones personales. Lo único que hice fue tomarlo y hacerme el celoso, reclamar e insultarla. Ella lo tomó con calma. Agarró el papel y lo rompió en mis narices. Luego, me increpó por revisar sus cosas personales. Tras la pelea, me botó de su casa. Fue un pequeño sacrificio para lo que vendría.
La última función del pigmeo, fue recrear la salida de una supuesta visita sexual a la casa de Gloria y Andrés. Hice que caminara por esa calle, de modo tal que se reconocieran tanto la puerta principal de esa casa, como las demás casas aledañas. Tomé las respectivas fotografías. Andrés tendría que creerme. Posteriormente, quedaría como el héroe que trató de salvar a su amigo del horrendo peso de los cuernos.
En el mismo aeropuerto, intercepté a mi amigo. Le di las fotos del tipejo, "saliendo" de la casa que compartía con Gloria, y luego le dije que lo había agarrado a golpes, arrebatándole un texto de amor, que no era otra cosa que la copia del mismo texto que Gloria había recibido, y roto en mis narices. Andrés se horrorizó, no tanto de la evidente infidelidad, sino de la horripilante figura del supuesto "amante". El texto no lo leyó delante de mí, prefirió guardarlo y leerlo solo, en el hotel donde se hospedaría, puesto que había decidido no ir a su casa, para evitar todo contacto con Gloria. Me abrazó y me agradeció el favor que le hice al "abrirle los ojos". Tomó un taxi y partió rumbo a su hotel. Yo decidí buscar un restaurante en el aeropuerto y tomarme un café, mientras oía a los aviones llegar y levantar vuelo. Señal de un triunfo inminente. Pronto, muy pronto, Gloria sería mi mujer, sólo mía y de nadie más.
Tal y como yo lo había intuido, y planeado, Andrés no se aguantó y llamó a Gloria, absolutamente indignado y con todas las ganas de terminar su relación, insisto, más por ego que por otras cuestiones. Además, le sacó en cara el texto amoroso que el horripilante amador le habría escrito a la infiel mujer. Gloria no tuvo otra opción que confesar. Admitió que recibió el texto por amabilidad, pero agregó que lo rompió. Que no sabía de dónde había salido ese admirador, y que no entendía cómo podía tener el texto en sus manos, si es que ya estaba hecho pedazos en el basural de la ciudad. Eso generó una sensación aún más grande de que Gloria, en realidad, engañaba a Andrés, y es que así fue. A fin de cuentas, ella lo engañaba, no con ese monstruo retaco, sino conmigo, un amigo en el que Andrés confiaba ciegamente.
En conclusión: Andrés estaba furioso y además indignado por la serie de mentiras que notaba, ahora, de su otrora e impecable amada. Odió a Gloria con todas sus fuerzas y juró venganza. ¿Cómo sé todo esto?, porque me llamó segundos después de su acalorada discusión. Le dije que se calmara, que ya encontraría otra, y que esa tonta no sabe de lo que se pierde. Gloria no me llamó nunca más.
Fue a los dos días, cuando la llamé, esperando a que las aguas se hayan calmado, cuando me di cuenta de que algo malo estaba sucediendo. Algo malo y fuera de lo planeado. Andrés volvió a viajar por trabajo, o al menos eso creí en ese momento, por lo que decidí buscar a Gloria. Conociendo lo lista que era, seguramente ya habría concluido que fui yo el que, una vez más, planeó todo a mi favor. Esperaba una reacción coherente con lo que me dijo esa noche en mi casa. Quería que sepa que mi último gran sacrificio, fue el de perder a mi mejor amigo con tal de tenerla sólo para mí. Quería hacerle el amor para celebrar ese suceso. Ya me la imaginaba, gozosa y caliente, riéndose de por fin haberse desecho de ese gran estorbo con el que pensaba casarse y formar una farsante familia.
Toqué su timbre y puerta unas treinta veces cada una, pero no respondía. Me di cuenta que su puerta no estaba asegurada, así que forcejeé lo necesario para entrar. Estaba desesperado, desesperado por ver su reacción ante tal actitud mía. Quizás la excite hasta el forcejeo, pensé. Una vez adentro, me quité la camisa y la busqué en su habitación. Mi excitación cambió a horror de un momento a otro.
Ya no era Gloria, sino partes de Gloria, repartidas por todo el lugar. Su pierna derecha estaba sobre el televisor, su pierna izquierda estaba al costado de la cama. Sus brazos, cruzados, haciendo una "x", sobre su mesa de noche. Su torso, portador de sus hermosos senos, y el resto de su tórax, estaban de espaldas sobre la cama, tapados con una sábana que en algún momento habría sido blanca testigo de nuestro más apasionante sexo, y que ahora lucía una roja y espesa apariencia, la roja y espesa apariencia de la muerte.
La cabeza de Gloria estaba sobre la almohada. Fue lo primero que vi. Hasta le sonreí, pensando que lo demás era una cruel broma de su parte. Su rostro estaba golpeado y lívido. Y su boca tenía algunas gotas de semen. Así de horrible como lo escribo, así de horrible lo viví, y la verdad siento que estoy quedando corto en comparación al suceso que estoy narrando. No sé si entiendan que en este momento sigo experimentando un estado de shock, que más bien, lejos de generar en mí alguna otra sensación de desaparecer, ha creado la lucidez necesaria para contarles esta historia. Diré, por segunda vez, que pueden juzgarme ahora. Pensar de mí lo que ustedes quieran. Sobre todo de lo idiota que soy. Sí, soy un idiota. A que no saben qué es lo que le falta a este relato. ¿Lo adivinan?
Sí, soy un perfecto idiota. Por si no lo recuerdan, se los diré: yo instruí a Andrés, ¿ya recordaron?, en cierto modo, Andrés fue mi alumno. Y en un determinado momento, le enseñé a escribir prosa y algo de poesía. Alguna vez, Andrés, mi amigo y alumno, con aires de político frustrado y una extraña fascinación por la moralidad y las buenas costumbres, leyó mis textos, los memorizó, e intentó escribir como yo. El texto que le escribí a Gloria era muy similar a aquellos textos que le enseñaba a Andrés, para que así aprenda a escribir prosa romántica - "Con esto conquistarás muchas chicas, Andrés", le decía. Nunca pensé que ese aprendizaje serviría para acabar con mi propia vida.
La llamada que recibí hace unos minutos fue de Andrés. Me dijo, muy tranquilo, que él había asesinado a Gloria, y que ya sabía dónde estaba hospedado. Que venía por mí. ¿Y yo?, no pienso seguir escapando. Siento que este castigo, que está por caer encima de mí, es el más justo, considerando que yo cambié, muy consciente de ello, todos los castigos que me tocaran por el premio de tener a Gloria. Y la tuve tantas veces como quise, mas no las suficientes. Si de algo he de quejarme, es que Andrés me le quitó muy rápido y para siempre, pero no tengo nada más que reclamar.
En estos momentos ya debería estar muerto. Seguro sabrán de mí en las noticias de mañana o pasado mañana. Pero quiero que sepan, no me arrepiento de nada, en lo absoluto. Es más, hay algo que no les dije. Lo más interesante de haber pecado, junto a Gloria, es que, al haber cometido ambos los mismos pecados, quizás vayamos al mismo lugar. Así que, ya en el infierno, me la volveré a encontrar, y haré de todo para tenerla nuevamente, ya lejos de Andrés, lejos de la moralidad y las buenas costumbres, lejos de los deseos prohibidos, lejos de esta sociedad tan inexpugnable y cínica. No hay plan perfecto ni cuerpo que lo resista, por más que el cuerpo sea tan perfecto como el de Gloria - perdonen esta última reflexión, es que sigo excitado, pensando en ella.
Finalmente, suena la puerta de mi habitación de hotel.
Ahora es el momento, júzguenme, pero, por favor, déjenme desaparecer.
2 comentarios:
REALMENTE INTERESANTE
Gracias por escribir,no dejes de hacerlo.
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