Abelardo amaba a Gabriela. Lo supo desde que la conoció. Fue un amor sincero, de los que se dan al instante, sin nisiquiera tenerla que conocer a fondo, como muchos recomiendan. Él la amo desde que vio su sonrisa en la primera clase de la universidad. Después se hicieron inseparables amigos. Toda la clase suponía que existía algo más que esa simple amistad que supieron cosechar tan rápido. Es que se llevaban tan bien. Sin embargo, para lamento de la mayoría, ellos siempre negaban todo entre risas. Claro, había personas en sus vidas a las que ambos les habían prometido fidelidad.
Abelardo estaba con Briana y Gabriela con Rodrigo. Abelardo y Briana tenían un año juntos, Gabriela y Rodrigo, tres. Poco tiempo después, Abelardo se separó de Briana, dejando en su corazón una increible soledad que sabía disimular con su eterna actitud optimista. Gabriela no tenía esa virtud. Cuando peleaba con Rodrigo toda la clase se enteraba. La veían con los ojos rojos en el fondo del salón. Abelardo se acercaba y la abrazaba. Él la amaba. Ella le agradecía su incondicional amistad y escuchaba sus consejos, muchos de ellos sugeriendo que termine de una vez por todas esa relación que ya se había desgastado con el pasar del tiempo, como él lo había hecho con Briana.
Gabriela asentía con la cabeza y prometía que iba a terminar con Rodrigo. El tiempo seguía pasando, pero ella no podía separarse de él, "lazos fuertes", solía llamar a la justificación que le impedía tamaña e importante decisión. Abelardo no se molestaba, él era su amigo antes que cualquier cosa, y su apoyo no iba a variar por simples desacuerdos.
Un año más había pasado. Abelardo seguía solo pero no era infeliz. Ver a Gabriela siempre le alegraba el día. Pero llegó la hora de trabajar. Entonces se veían menos. Gabriela dejó de ir a clases. Abelardo iba cada vez menos. Ambos tenían muchas obligaciones. Ya eran grandes, tenían que ayudar a sus hogares.
Abelardo y Gabriela dejaron de verse mucho tiempo. Abelardo la extrañaba, pero no la llamaba, ni la buscaba, porque sabía que estaba ocupada en su trabajo y que el poco tiempo disponible lo utilizaba para ver a Rodrigo, con quien nunca dejaba de discutir, terminar, regresar, discutir, reconciliar, terminar. Abelardo respetaba la vida de Gabriela y Gabriela, como siempre fue, priorizó a Rodrigo sobre todo a excepción de su trabajo. Claro, el amor no paga.
Finalmente, Abelardo volvió a ver a Gabriela. Él se había dado un tiempo de descanso. Renunció a su trabajo y a los estudios para dedicarse a proyectos personales no tan lucrativos, pero que lo hacían aún más feliz. Ella seguía trabajando y faltando a la universidad, seguía con Rodrigo, pero su reencuentro con Abelardo la tomó en una de sus tantas separaciones.
Abelardo sabía que Gabriela no lo amaba. Que no veía en él al hombre que pudiera hacer que se separe de Rodrigo. Abelardo tampoco veía en Gabriela a la mujer que lo haría feliz el resto de su vida. La amaba, pero sabía que no funcionaría. Sin embargo, Gabriela admiraba mucho a Abelardo y lo consideraba una persona con infinitas virtudes y talentos. Incluso una vez le dijo que se sentiría honrada si alguien como él le declarara su amor. Abelardo no olvidó esa noche en el malecón. Tenía guardada esa frase, en un cajón dorado, dentro de su inmaculado y sórdido corazón.
Abelardo invitó a Gabriela a una reunión. Ella aceptó. Él se propuso hacerla feliz esa noche. Ya no le diría que termine definitivamente con Rodrigo. Haría, más bien, algo que él consideraba más efectivo. Saliendo de la reunión, Abelardo llevó a Gabriela hacia una calle solitaria, tomó su mano y le dijo que la amaba, que siempre la amó, y que le gustaría que fuera su novia para hacerla feliz, como ella se merece.
Gabriela se mostró sorprendida. No imaginaba que sucedería algo así. Pero la respuesta, obvia y lamentablemente, fue negativa. Ella decía amar a Rodrigo, decía que era el hombre de su vida y luego insertó a la conversación un texto mancillado que quizás, estimado lector, usted ya conozca: "¿quién sabe?, quizás más adelante".
Abelardo fingió sentirse como cualquier hombre rechazado. Su teatro dio resultado. Gabriela trató de consolar a su amigo, diciéndole que nada iba a cambiar entre ellos por lo que acababa de suceder. Abelardo sabía que eso era mentira, pero también sabía de antemano la respuesta de Gabriela. Él había intentado despertarla de un letargo, había intentado demostrarle, con hechos y no sólo con palabras, que existen más personas en el mundo con muchas ganas de llevarla a la felicidad.
Abelardo sacrificó su propia amistad por el bien de su amiga, ¿irónico?, quizás sí, quizás no. Para él fue sencillo. Él la amaba y quería que fuera feliz.
Hoy, Abelardo y Gabriela, no se hablan y han perdido todo contacto.
Él sigue solo y ella sigue con Rodrigo.